Pequeño observatorio

La señora de la mano escondida

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Desde el punto de vista epistolar, no soy una persona considerada bien educada. Sería muy vanidoso si me excusara diciendo que recibo bastantes cartas y pensara con frecuencia: «Esta sí que debo contestarla». Pero me cuesta encontrar el momento cuando en un par de días se acumulan cinco o seis. Me siento perdido. Hago una pequeña pila en un rincón de mi mesa y cuando me doy cuenta pienso, a menudo, que ya han pasado muchos días, demasiados, para quedar bien. Ya me perdonarán. O no.

He recibido una carta de un par de frases -lo que facilita que me ponga a contestar- y que incluye un pequeño misterio. Una señora me dice que cree que mis libros de viajes «más que hablarnos de los paisajes nos hablan sobre todo de la vida». Me da las gracias y se acabó. ¿Qué me ha estimulado? Las cinco palabras de la firma: «La señora de la mano». No me negarán que es intrigante. ¿Qué señora y qué mano? Mi memoria ya no es la que era, pero en mi defensa me atrevo a decir que esperar que identifique a quien escribe presentándose como «la señora de la mano»...

Y de golpe, con sorpresa, me ha venido el recuerdo de una minúscula escena de hace, quizá, unos 25 años. Escenario: la Terra Alta. Mucho calor en la plaza de Prat de Comte. Isabel y yo, sentados en un banco, esperando que el sol baje para seguir caminando. Y al cabo de un minuto mi editora me dice: «Mira». Me lo dice en voz baja, sin mover la cabeza. En una casa hay una puerta tapada por una pequeña cortinilla de aquellas de cordel y bolitas. Y me doy cuenta de que dos de los cordeles están algo separados por una mano, de la que solo se ven dos dedos. Detrás hay alguien que nos observa. Pero no piensa que las puntas de los dos dedos quedan en el lado de fuera de la cortina.

Es lo que vi y escribí en 1988. Alguien me envía ahora cuatro líneas y firma «La señora de la mano». ¿Es la persona que nos observaba protegida por la cortina? Si es así la felicito por su jugada literaria.