Una mentalidad anacrónica

Segundas oportunidades

España es de los pocos países de la UE que no ayudan a empresas y particulares a superar las adversidades

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ANTÓN COSTAS

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España está a la cola de los países europeos que ofrecen segundas oportunidades a las personas que, por circunstancias diversas, en algún momento encuentran que las cosas les van mal, no pueden hacer frente a los compromisos de pago adquiridos y necesitan algún tipo de apoyo para salir de esa situación y evitar el riesgo de quedar varadas en la cuneta el resto de su vida.

En su último informe sobre España, el FMI ha denunciado esta carencia como ninguna institución pública o privada española se había atrevido a hacerlo. Junto a Bulgaria, Hungría y Croacia, España es el único país europeo que no cuenta con una normativa que permita a las pymes y los autónomos ver condonadas sus deudas bajo ciertas condiciones y poder seguir con su actividad. Recomienda al Gobierno que introduzca ese tipo de legislación, llamada fresh start, que permite a aquellas personas que cumplan ciertas condiciones, y pasado un cierto tiempo, hacer borrón y cuenta nueva de sus deudas y seguir adelante.

El FMI recomienda ampliar esas leyes de segunda oportunidad a los consumidores individuales, a las familias sobrendeudadas. También en esto estamos a la cola. Somos el único país desarrollado que obliga a cargar durante toda la vida con las deudas derivadas de un crédito o un préstamo hipotecario aunque se haya entregado el bien hipotecado.

Es sorprendente la falta de sensibilidad de nuestros gobiernos y administraciones públicas en esta cuestión, especialmente a lo largo de estos años de crisis de endeudamiento. Pero también de gran parte del mundo jurídico, que sigue sosteniendo, como me dijo hace poco un conocido abogado en unas jornadas organizadas por dos conocidos despachos, que «las deudas se paguen pase lo que pase».

Esta mentalidad es un anacronismo. Las deudas se pagan... si se puede. Cuando no se puede, hay que distribuir la pérdida entre deudor y acreedor. Es lo justo. Pero también es lo más eficiente desde el punto de vista de la economía. El temor al oportunismo del deudor se ha resuelto en las legislaciones de otros países: distinguen entre los buenos y los malos pagadores. Es decir, entre quien llegó a la quiebra por malas artes y quien lo hizo por un cambio de circunstancias externas.

Esta mentalidad anacrónica provoca que en España muchas personas vivan como un fracaso personal lo que en muchos casos no es más que la consecuencia de circunstancias externas sobrevenidas. Un sentimiento de fracaso que se vive, además, como un estigma social. Este estigma no es exclusivo del mundo empresarial. Va más allá. En particular, afecta al sistema educativo. La ideología educativa se ha sesgado a favor de la excelencia y tiende a ignorar a los que han quedado temporalmente al margen.

Pero no todo es negativo. Existen iniciativas que alimentan la esperanza de que esa cultura del fracaso se pueda transformar en una cultura de segundas oportunidades. Permítanme que les cuente dos. Una es la que están llevando a cabo los jueces mercantiles de Barcelona, con el apoyo del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya. Hasta ahora, el concurso de acreedores era la vía para llevar a las empresas en quiebra al cementerio. Por su cuenta y riesgo, los jueces están buscando utilizarlo como vía para salvar unidades productivas viables y mantener empleo. Con su labor, están supliendo la falta de leyes de segunda oportunidad. Esta tarea es encomiable y ha tenido ya algunos éxitos conocidos. Pero necesita el apoyo de la legislación fresh start de la que habla el FMI, que facilite el apoyo a esta tarea de los grandes acreedores: la banca, la Seguridad Social y la Agencia Tributaria.

La otra iniciativa pertenece al ámbito educativo. Hace poco he tenido la oportunidad de visitar la escuela El Llindar, de Cornellà. Tuve conocimiento de su existencia a través del Premi d'Ensenyament que otorga la Fundación del Círculo de Economía a iniciativas innovadoras en la educación primaria y secundaria. En la entrega de premios de este año, la directora, la pedagoga Begonya Gasch, me invitó a conocer el centro.

La visita fue un descubrimiento para mí. Es una verdadera fábrica de segundas oportunidades para chicas y chicos jóvenes que, por circunstancias diversas, se han visto expulsados del sistema educativo reglado y arrastran un sentimiento de fracaso y exclusión. El equipo de educadores, maestros de taller y personal administrativo, en muchos casos trabajando de forma altruista, ofrece una segunda oportunidad a estos jóvenes, formándolos para volver al sistema educativo reglado o su inserción en el mundo laboral. Impresiona escuchar a los alumnos contar sus historias y ver que El Llindar les ha hecho recuperar la ilusión, la autoestima y la dignidad como personas.

Estoy seguro de que existen muchas iniciativas como estas. Pero es necesario que encuentren el apoyo de una legislación adecuada que favorezca las segundas oportunidades. No es una cuestión de recursos económicos, es de mentalidad, de cultura. De equidad. De eficiencia.