La rueda

Seguir o no al abanderado

JULI CAPELLA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando suena un himno, a la mayoría se le pone la carne de gallina. Pero a algunos, no de emoción sino de inquietud. ¡Ay! Cuando ondea una bandera sucede algo similar, mucha gente se excita gregariamente mientras otros perciben un inquietante avasallamiento. Algunos disfrutan cantando las marchas musicales y se enorgullecen de portar estandartes, y otros no toleran ni el pequeño escudo con la marca en el jerséi. Hay quien empapela banderas orgullosamente y también quien las quema como gran hazaña.

Hay dos sentimientos legítimos: compenetrarse con un conjunto o por el contrario mantenerse independiente. Identificarse con una nación, un partido político, un equipo deportivo, una asociación, un ideario... o desvincularse de nexos. O al menos no exhibirlos. Las vivencias compartidas oscilan según las circunstancias de la vida. Hay quien va acumulando clubs y quien, por el contrario, los va abandonando. Georges Brassens cantaba que, ante la marcha musical de la fiesta nacional, él prefería quedarse acurrucado en la cama. Y todos le miraban mal, salvo los ciegos como es lógico. En su canción 'La mauvaise reputation' ironizaba sobre la mayoría bienpensante, que siempre ve con malos ojos al 'outsider' que no se apunta a lo que toca. Muchos consideran su postura irrespetuosa y egoísta.

Hay quien consideraba deplorable el banderón de la plaza de Colón en Madrid y sin embargo 'trempa' con el enorme mástil con la 'senyera' gigante del Born. Si en el Camp Nou no cantas con ganas el himno del Barça te miran de reojo como si fueses un infiltrado. Como cuando en misa no entonabas con fuerza el padrenuestro para que el vecino viese que te lo sabías. A mí, de himnos me gusta el de la 'Alegría', y tampoco mucho. Y de banderas, la bandera blanca. Como cantaba Battiato en su canción homónima, «en este tiempo de locos solo faltaban los idiotas del horror».