Una metáfora político-comercial

Se arreglan cosas

Los ciudadanos agradecerían que los políticos resolviesen los problemas en lugar de crearlos

ANTONI SERRA RAMONEDA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En una de esas calles estrechas que unen Muntaner con Mandri hay un comercio que me fascina. Describir qué es lo que en él se vende no es fácil. Su surtido es inmenso. No es una botiga de vetes i fils como La Puntual de Rusiñol, ni una ferretería, ni tampoco una droguería. Es un híbrido a juzgar por la mezcolanza de objetos que de manera desordenada pueblan las estanterías de los metros cuadrados, no muy abundantes, del establecimiento. A veces me detengo ante su revuelto escaparate para comprobar cómo su encargada obra el milagro de encontrar el objeto demandado por un cliente dentro de aquel tótum revolútum de sus existenciastótum revolútum. Desde luego, no se ve ordenador alguno sino una caja registradora de aquellos modelos antiguos que hacen sonar una campanilla cada vez que se abre el cajón que alberga los billetes y monedas.

Me recuerda a las tiendas que hace cincuenta o más años se encargaban de proveer a los habitantes de nuestros pequeños pueblos de los objetos de uso doméstico de primera necesidad. Bazares, solían llamarse. La diferencia es que la descrita está en una gran ciudad del siglo XXI donde cualquier establecimiento tiene su escaparatista y la electrónica se encarga de controlar todas las entradas y salidas de mercancías. Nuestras autoridades municipales deberían declararla especie protegida, pues también en el comercio la diversidad es un bien social.

Hay otro motivo más relevante de mi fascinada curiosidad. En el paño de pared que da a la calle, junto al escaparate, figura un cartel escrito a mano, algo descolorido por las inclemencias del tiempo, con este escueto mensaje: «Se arreglan cosas». No sé si su autor es consciente de la magnitud de tal afirmación. Para el diccionario de la Real Academia Española, en su primera acepción cosa es «todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta». Ahí es nada. De tomar al pie de la letra el anuncio, esta tienda es omnipotente y a ella deberían acudir tanto quien tiene estropeado la tostadora de pan o el reloj despertador como quien, según dice la copla, tiene el corazón partío. Y, por supuesto, los señores Mas y Junqueras deberían formar parte de su clientela y pedir una visita conjunta para ver si de una vez dan con la fórmula para desencallar el denominado proceso soberanista.

Claro que lo que parece imposible es que arregle una cosa y su contraria. Porque nada más salir de ella los dos políticos independentistas mencionados, curadas sus desavenencias y prestos a llamar a las urnas, entrarían raudos en el establecimiento la señora Sánchez Camacho y su escudero Millo para que les arreglaran el despropósito que, según ellos, sería una consulta cuyo resultado podría condenar a estos insensatos catalanes a males inimaginables. Y no digamos las colas que formarían los cientos de políticos y similares que están a la espera de sentarse en el banquillo por supuestas irregularidades para solicitar que les resolvieran sus cosas a cambio de unos honorarios seguramente inferiores a los que perciben sus letrados defensores. El problema sería la aglomeración de curiosos que acudirían para contemplar en vivo a famosos como Urdangarin o la Pantoja. La Guardia Urbana tendría problemas para mantener el orden y el tráfico en una calle que, ya lo he dicho, es estrecha.

Cierto que la Real Academia, en una segunda acepción, da al término cosa un sentido más restringido y la define como «objeto inanimado por oposición a ser viviente». Ahora parece que el anuncio solo admite a quienes lleven un objeto material en la mano, como la tostadora o el despertador antes referidos. ¿Y un automóvil? Que es una cosa nadie lo pone en duda, pero desde luego por la puerta de ese establecimiento no cabe. Incluso con esta segunda acepción quizá el mensaje debería concretar más a qué se refiere el término cosa en su tentador anuncio para no provocar desengaños.

Pero a los ciudadanos sí que nos encantaría que en los edificios que albergan instituciones político-administrativas, como ministerios, conselleries, juzgados, parlamentos y similares, figurara un conspicuo anuncio, calcado al de la modesta tienda, pero esta vez en placa inmune a los fenómenos meteorológicos, con el mensaje «Se arreglan cosas». No importa si para evitar malentendidos quisieran añadirle el adjetivo inmateriales. Porque la impresión predominante es que en estos templos civiles, sobre todo los últimos tiempos, sus ocupantes dedican más esfuerzos a crear problemas que a resolverlos. A generar confusión, a enfrentar a ciudadanos entre sí, a descalificar al contrario, a redactar informes de dudosa veracidad e incluso al feo gesto de poner micrófonos debajo de floreros. Lo que esperamos de ellos los contribuyentes es que arreglen cosasQue para eso les pagamos por adelantado.