La rueda

Se acaba la esperanza

Muchos de quienes acudan a las urnas el 20-D lo harán contra el deseo íntimo de no votar

CARLOS ELORDI

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A menos que se produzca un milagro en las próximas semanas, la mayoría de los ciudadanos que acudan a las urnas el 20 de diciembre lo harán contra su deseo íntimo, que es el de no votar. Cuando menos a los candidatos de los grandes partidos, que, sin embargo, serán los que ganen, en el orden que sea. Porque, a regañadientes, buena parte del personal cumplirá con lo que se llama deber cívico. A eso ha llevado la profunda crisis política que España sufre desde hace años: a que la gente no crea para nada en sus políticos y a que vote únicamente para que no gane su rival. O por inercia.

Los partidos emergentes se libran un tanto de ese desapego. Aún generan algo de ilusión, cada uno en su ámbito. Pero esta es muy débil y lo que le está pasando a Podemos, su caída en los sondeos, indica que puede venirse abajo a poco que las cosas se pongan en su contra. Su gran activo, el de cada uno en su ámbito, es que están limpios de corrupción, que es la lacra que hunde a los grandes, seguramente por igual. Pero no pocos ciudadanos sospechan que también ellos podrían hundirse en ese fango si un día entrasen en el circuito del poder. No porque haya aparecido indicio alguno de que eso podría ocurrir. Sino porque la desconfianza en la política ha acabado, o está acabando, con toda suerte de esperanza.

¿Qué se puede esperar del futuro de un país democrático en el que la gente, la gran fuente de legitimación y de fuerza política, da la espalda a quienes han de hacer frente a los gravísimos problemas que la aquejan? Vienen tiempos de frustración para quienes creen que esos problemas tienen visos de arreglo y que se va avanzar hacia su solución. Porque los políticos que gobiernen, débiles por sus parcos resultados y porque tendrán poco apoyo popular, mirarán, sobre todo, por garantizar su supervivencia.