Al contrataque
«¡Sardà, no estimes a Catalunya!»
Xavier Sardà
Periodista
Es licenciado en Ciencias de la Información, con una amplia trayectoria en radio y televisión. Su actividad se centra actualmente en tertulias de carácter político.
XAVIER SARDÀ
El AVE es como volar a ras de tierra sin tener que semidesnudarse y permite a uno montar su despachillo e hipnotizarse con el paisaje en fast forward. Andén de la estación de Sants al regreso de Madrid. De repente, la oigo.
-¡Sardà... no estimes a Catalunya!
Es una señora mayor, oronda y prototípica. Como un personaje de tren eléctrico. Va con su marido y otra pareja también provecta. La señora lo ha dicho en voz alta como para demostrar valentía a su trío y a los pasajeros que nos rodean.
-Sí, sí... ¡No estimes a Catalunya!
Está satisfecha por su atrevimiento y me inspira ternura. Es una tieta fatigada que arrastra su trolley como un exhausto carro de la compra. Parece que ha viajado en el Sevillano. Regresa de Madrid con su terna y al pisar de nuevo Catalunya se siente impelida a denunciar mi desamor por el país. Le digo que estoy tranquilo porque en todo caso ella ama tanto a Catalunya que también lo hace por mí. Se enfada.
-¡No res. Em sap greu, però no estimes a Catalunya!
Evito respetuosamente la corrección gramatical. Yo sí quiero en Catalunya. Otra cosa es que, según la señora, no quiera a Catalunya. Uno se siente más cómodo cuando le llaman traidor, botifler o españolista, porque son dolencias concretas y casi cósmicamente mensurables.
Lo de no querer es enormemente más ambiguo. Querer es un verbo que proviene del latín quarere, que significa tratar de obtener. Menudo origen etimológico. «Quiero dinero» o «quiero un bistec», querer como intento de poseer. Hoy lo entendemos como tener cariño o amar a alguien, que viene a ser casi lo mismo pero disimulando.
El lío de amar
Dicen que lo de amar es un lío porque desde pequeño te dicen cómo y a quién tienes que amar y respetar, y en cambio no te enseñan a valorarte a tí mismo. Primero tienes que amar a tus padres por real decreto del destino, sean como sean. Luego tienes que respetar a tus profesores, querer a las tietes y a un señor de Palamós y respetar a los vecinos. Más tarde viene lo de «amar a Dios sobre todas las cosas», que significa quererlo más que a todos los bienes de la Tierra y a todas las criaturas, de tal forma que la persona esté dispuesta a perderlo todo. Vaya.
Posteriormente tienes que amar a la nueva mujer de tu padre y amar a tu novia, pero no porque esté buena sino porque «es el ser que te completa». Luego tienes que amar a la Patria española jurando bandera y verter «hasta la última gota de tu sangre» (sic) y soportar quince meses de bullying y embrutecimiento. Pasan los años y tienes que intentar querer a tus hijos y a tu pareja de una forma honesta y poco patológica. Y ahora resulta que no amo en. ¡Putada! ¿Estaré a tiempo?
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