Al contrataque

El sapo

Mientras todos proclamaban que el equipo de Luis Enrique era el mejor del mundo, iba desapareciendo la autocrítica y el intervencionismo del técnico

Luis Enrique, durante el encuentro ante el Valencia

Luis Enrique, durante el encuentro ante el Valencia / PERIÓDICO

MANEL FUENTES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Algún sádico experimentó, y luego expuso, la manera de cocer una rana. El caso es que si tratas de poner al anfibio de golpe en una olla de agua hirviendo, dará un brinco, maldiciéndote en su código, pero se salvará. En cambio, si a la rana la pones en agua templada y la vas calentando poco a poco, el animal se amodorra hasta que muere cocido.

Hablemos del Barça. Mientras todos proclamaban que el equipo de Luis Enrique era mejor del mundo, iba desapareciendo la autocrítica y el intervencionismo del entrenador en parte del grupo. Tras la visita a Anoeta del año pasado, el asturiano notó lo punzante que puede ser un tridente. Desgraciadamente el éxito requiere tensión y muchas veces no solo competitiva. En un juego colectivo alguien debe armonizar los intereses individuales. Luis Enrique estuvo desde el principio por la labor y esa tensión, suavizada por Xavi Bartomeu, dio frutos. Evolución, tridente y tripleteMessi y Neymar, dueños del mundo. Pero los elogios se convirtieron en incuestionables galones y se acabó la tensión. Las aguas volvían a su cauce… con la rana dentro.

Se impuso la gestión más que la intervención. Y poco a poco las aguas templadas se calentaban sin disparar las alarmas. Récord de goles, pero también de partidos sin descanso. Y, con tantos inamovibles en el once, algunos como Pedro se fueron y otros como Nolito no llegaron. No había sitio para tensar a los tenores. El Barça se entregó a los mejores y perdió matices. Y los mejores a veces se humanizan y no marcan las diferencias en un calendario perverso.

LA HERIDA DE UNA DERROTA

El Barça cedió un empate frente al Villarreal. Y en vez de dar un toque de atención porque se reducía el colchón, seguíamos hablando de la racha de imbatibilidad. Ante el Madrid, tras los partidos de selecciones, hubiera tocado que parte del tridente descansase, pero ante un escaparate mundial ninguna de las tres perlas quería salir de foco. Y perdimos. Faltó tensión y hubo herida. Y ni el «aquí no pasa nada» de Luis Enrique ni los tuits de Piqué ayudaban a encontrar la humildad y preocupación que precisaban la dolencia. Y llegó el Atlético. El peor rival posible. El Bayern o el Madrid nos hubieran reconectado, pero el Atlético exigía una frescura que no teníamos y un sacrificio épico que solo puso el rival. Anoeta obligaba físicamente y nos pilló agotados. Y en el Calderón salió rana.

Pero ahora hay que tener calma. Si reintroducimos la humildad y el intervencionismo del entrenador; las rotaciones y el descanso obligado, seremos el primer equipo en ganar dos Champions seguidas: la del año que viene y la siguiente. Pero salgamos ya de la modorra de las aguas templadas. Vayamos a por la Liga y la Copa. Luis, sé fiel a ti mismo y que todos vuelvan a tener hambre. Este año ya nos hemos comido el sapo.