Pequeño observatorio

Sant Jordi siempre es diferente

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Escribo este artículo a tiempo para que se publique el día de Sant Jordi. El caso es que me había dado cuenta, tarde, de que he participado, durante más de 60 años -uno tras otro- en la fiesta de las firmas en la calle. Esto quiere decir -me estremezco- que he dedicado libros a lectores de cuatro generaciones. Y este contacto, muy breve pero efectivo, con los desconocidos que me pedían una dedicatoria me ha reafirmado la creencia de que la realidad suele estar por encima de la imaginación.

¿Cómo podía prever que un señor me pediría que le dedicara una novela de Xavier Benguerel? Cuando le hice saber que yo no era el autor de aquel libro me dijo con toda naturalidad: «Es igual...». Había comprado un libro y allí había un escritor que lo dedicaba. Un deber cívico cumplido, pues.También me encontré en otra ocasión con un señor que, quieto delante de mí en la parada, señaló mi libro y me preguntó: «¿Y de qué va esto?». ¿Cómo podía explicarle de qué iba?

Sant Jordi también es un día de recuerdos y de amnesias. Por ejemplo, puede presentarse alguien que me habla de cuando los dos éramos jóvenes y no recuerdo haberlo visto nunca más. Me quiere explicar qué ha hecho, qué hace y qué va a hacer, y la pequeña cola que tengo para firmar libros se inmoviliza. «Ya debes saber que Castells se hizo cura...».

Emotivo: una señora me recuerda que el Sant Jordi del año anterior dediqué un libro a su marido. «Murió, pobre. Si quiere firmarme este de ahora, lo pondré junto a...». Y se seca una lágrima.

El Sant Jordi de los famosos, el Sant Jordi de quienes publican el primer libro, el Sant Jordi de todos. Cuando una pareja joven se me acerca, tímidamente, para pedirme una dedicatoria, pregunto para quién la he de escribir. A menudo hay dos respuestas diferentes, casi simultáneas. Ella dice «para él», y él dice «para ella».Hay palabras y sonrisas que son más tiernas que las rosas.