Leyenda inversa de Sant Jordi

Imaginemos la siguiente pintura o ilustración: En un bonito paraje silvestre con cascada al fondo, el dragón viola a Sant Jordi mientras la Princesa toca la mandolina. Vemos a la Princesa de perfil, con la mirada como perdida y una media sonrisa esbozada, de forma que no acabamos de saber si es consciente de la existencia de la escena que acompasa con sus notas, si el acompañamiento musical pretende animar el dragón a proseguir, consolar al santo de sus tribulaciones o bien se venga del machismo insuperable de la leyenda en su versión tradicional.

El cuadro podría ser macabro pero también bucólico. Tampoco sabemos si Sant Jordi es sodomizado contra su voluntad como se diría a primera vista, tal vez por prejuicio del observador, o si obtiene la recompensa que freudianamente deseaba y había ido a procurarse sin ser muy consciente de ello.

El la postura del caballero, ambigua, tanto podría indicar éxtasis como plegaria. A saber si pide al cielo que le saquen el dragón de encima o, en todo caso, que al terminar no se lo zampe después de asarlo con las llamaradas que suelen acompañar los gritos de felicidad de estas bestias. No hay duda de que Sant Jordi es la víctima, pero cuesta interpretar si la víctima es propiciatoria o estaba tan harto de empresas heroicas que ha querido igualarse a la chica, que por otro lado no parece muy traumatizada por la experiencia vivida con el dragón. A lo mejor aquel par eran amantes y el santo no había venido a salvarla, o sí, pero ha cambiado de idea y ahora tan solo pretende participar de una interminable felicidad bucólica, de manera que la escena, que es estática, recordémoslo, se podría interpretar como un ritual de iniciación, justo antes de convertir la pareja en trío.

Si algo está claro es que el santo que llegó a patrón de Catalunya por imposición del brazo armado, es decir de los nobles que ostentaban el poder militar, ahora es el amigo de la gente, no de los de arriba.