Dos miradas

La sandalia

JOSEP MARIA FONALLERAS

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El cambio climático jugó el lunes a favor de David Fernàndez, porque  si hiciera el frío que debería hacer, si este noviembre fuera convencionalmente frío, es muy probable que no se hubiera presentado en el Parlament con unas sandalias abiertas por delante, por detrás y por los lados, aunque con empeine (que siempre protege más los pies), con dos hebillas que no se abren sino que suelen permanecer siempre ajustadas en la posición inicial. Es probable que hubiera intervenido ante la comisión que investiga a las cajas de ahorros con un calzado más ajustado a las bajas temperaturas, pero entonces habría tenido más dificultades (suele llevar zapatillas deportivas con cordones) para quitárselo y quizá incluso habría experimentado una cierta necesidad de desodorizar la sala.

El hecho es que las sandalias veraniegas de David Fernàndez (se pueden llevar en invierno con calcetines, pero la combinación es abominable) han levantado más polvareda que la que se acumula en sus suelas de caucho. ¿Por qué? No son tan «mugrientas», como he leído no sé donde, no tanto como aquellos zapatones míticos de Chaplin que el cómico hervía y luego se comía. Y Fernàndez no las lanzó y ni siquiera hizo el gesto de intentarlo. Simplemente dijo que hay otros que lo hacen. Este diputado está en las antípodas de mis gustos estéticos, incluso los zapateros, pero con la sandalia en la mano delante de Rato se acercó bastante a mis conceptos éticos.