Ferlosio

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Un pecio es un resto de un naufragio y es el nombre metafórico y humilde que Rafael Sánchez Ferlosio puso hace años a sus apuntes aforísticos. Como un jirón del velamen que empuja el mar a la ribera, el pecio es un fragmento de lo que fue, un barco o una tentativa de meditación articulada, pero también es un testimonio de lo que podría haber sido, un ensayo que no llegó a escribirse porque en la pepita reflexiva de unas pocas líneas queda dicho todo. Para Ferlosio, el pecio no es, por tanto, el vestigio de una obra abortada en su desarrollo, sino un acto de cortesía hacia el lector, a cuya inteligencia le ahorra los rodeos. Pero como este viejo zorro sabe que las brevedades camuflan mucho mejor la inanidad e incluso el fraude, alerta a sus lectores desde el primer instante: ¡ojo conmigo!, dice, desconfíen de los pensadores en píldoras, porque ahí es fácil estafar con el fetiche de los necios, la profundidad.

Este aviso aparece al frente de un libro excepcional, Campo de retamas. Pecios reunidos (Random House), donde han desembocado los pecios deVendrán más años malos y nos harán más ciegos (1994) y La hija de la guerra y la madre de la patria (2002). Campo de rematas es lo más parecido a un generador de descargas para electrizar las cabezas acolchadas. A partir de ese cave canem el lector avanza bajo su responsabilidad, advertido de que no le vale la lectura sonambúlica o rutinaria y que solo si aviva el seso y despierta estará a salvo de los engaños de la ideología, sea cual sea y venga de donde venga. Porque esa es la pieza que Ferlosio sale a cobrarse: las huellas que la ideología dominante deja en el lenguaje, en los usos sociales, en la publicidad o en la política.

Su instinto de cazador no se detiene ante ningún terreno porque la manipulación de las palabras o el empleo inconsciente de clichés se dan en todas partes: puede ser en la prensa o en unas declaraciones políticas, a propósito de la ley de igualdad o del terrorismo, en el afán del deporte o en el imperativo de felicidad a todo trance. Si no fuera una locura, sería para ponerlo de lectura obligatoria a cualquiera que aspire a la condición de ciudadano cabal.