Al contrataque

Sabina

MANEL FUENTES

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Sigue sin querer un amor civilizado con recibos ni una escena del sofá en su relación con el escenario. Hace diez días, en el Palacio de los Deportes de Madrid, pudo haber terminado su concierto sin que nadie hablase más que de su música. Tal vez acortándolo en un par de canciones, impostando una falsa sonrisa y yéndose hacia el camerino a maldecir su fragilidad. Pero no. Joaquín Sabina tiene de antiguo un pacto de honor con Madrid que le atrapa y le reta. Que no le deja esconderse tras su yo canalla y embaucador.

Sabina hizo su concierto y llegando al final le dijo al respetable, que hasta ese momento no había notado nada extraño, que esa noche no habría bises porque le había dado «un pastora soler». Incorrecto hasta en las disculpas, Sabina nos mostraba su fragilidad sin necesidad, dándole a la prensa la oportunidad de magnificar el episodio. Otro hace mutis antes, canta dos canciones más y sale del Palacio de los Deportes como un campeón. Pero Sabina no. En su pacto de caballeros le pudo la sinceridad. Una franqueza tan inconveniente como la letra de Y sin embargo tarareada en el lecho matrimonial.

Siempre cae de pie

Con Joaquín, uno de los conductores de masas más dotados de nuestro país, nada es evidente. Si hay algo para esconder, él lo muestra. Ante la confianza que le otorga el público, a él igual le entran dudas. Lo suyo es desobedecer los manuales, especialmente los del márketing. Y sin embargo, siempre cae de pie.

En La noche con Fuentes y cía, de Tele 5, hubo una historia que permaneció en secreto hasta que el propio Sabina la contó en un libro años después. Y es que después de su ictus (o «marichalazo», como él lo llamaba) apareció un cierto pánico que hizo que durante varias semanas pospusiésemos la entrevista, que luego hizo y con la que evidentemente nos enamoró a todos. Pues bien, hace dos sábados, ante su ciudad, con visitas previas en el camerino y reencuentros más que emotivos, a Joaquín le dio por ahí. De la misma forma que el martes, en la misma plaza, nos ofreció una noche memorable, emocionante, llena de guiños, de himnos y de afectos.

«Si lo que quieres es vivir cien años, no vivas como vivo yo», cantaba con sorna canalla. Y es ese vivir sin red, y esa verdad a la cara, y esa crónica urbana de un yo que no se esconde ni avergüenza, y son esas tantas otras cosas que Sabina nos da las que nos atrapan sentimentalmente para siempre y nos hacen ser red cuando Sabina cruza el alambre. Esta noche, igual que ayer, como siempre, estaré en el Sant Jordi para aplaudirle y cantar a pulmón sus canciones. Para agradecerle que nos muestre el vértigo, el abismo y el placer de alguien que vive pisando el acelerador. Sus detractores no saben lo que se pierden. Yo soy de los que le aman.