A Rusia con amor
¿'Rusofobia'? Tal vez en tiempos de la guerra fría podía tener algún sentido, aunque más que aversión lo que producía la Unión Soviética entonces, era miedo. Enfrentados entre dos visiones opuestas, la propaganda occidental se encargó de recordarnos cuánto frío hacía a ese otro lado del mundo donde el comunismo, más que liberar, estaba sometiendo a millones de personas a una voluntad colectiva, definida por un Comité Central. Pero no era una fobia contra Rusia, más bien temor a sus métodos de sometimiento colectivo y, en todo caso, compasión hacia sus víctimas.
La cuestión es que caído el telón de acero, difícilmente en occidente se podía mantener un sentimiento antiruso. Quedaba claro en el relato global que el comunismo había perdido y para escenificarlo nada como tirar abajo el muro alemán de la vergüenza y volver a conectar dos mundos tan distantes y al mismo tiempo vecinos. La idea de una Europa grande que podía aspirar a ampliar sus fronteras mas allá de los Urales se hundió con la zozobra política de los líderes rusos y el resquebrajamiento de un imperio que hasta entonces jamás había conocido un solo periodo democrático.
La figura emergente del frío de aquella Rusia humillada fue un coronel de los servicios secretos del KGB, Vladimir Putin, que ahora está punto de cumplir casi dos décadas de poder, sin alternativa visible. Si hay fobia es hacia Putin, no hacia Rusia, porque su manera de mantener el poder ha consistido en atemorizar a los críticos, desde la periodista Ana Politkovskaya, cuyo asesinato sigue hoy impune, hasta el oligarca Mijail Jodorkovski, encarcelado durante una década.
DEMOCRACIA DE FACHADA
Rusia mantiene una fachada democrática, pero aunque haya cambiado el sistema, con Putin los métodos siguen siendo los mismos. No es que su política sea de escasa calidad democrática, es que ejerce un liderazgo ético y moral abominable que se va expandiendo desde el Kremlin hacia el exterior.
No le basta controlar las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, o promover las guerras del Cáucaso esquilmando a los chechenos para mantener las ruinas del imperio. Tampoco le es suficiente mantener el estado clientelar y cleptocrático, en manos solo de afines. Desde la invasión de Crimea empieza a estar en todos lados. Tiene soldados en Ucrania y Siria, espías en todos los países bálticos, incluida Finlandia y su mano ha entrado en procesos electorales desde Francia hasta en EEUU, donde por cierto mantiene en vilo al presidente. Putin piensa que Rusia es él, una enfermedad mental muy propia de dictadores y fanáticos nacionalistas. Por eso ahora defiende que en occidente hay fobia hacia Rusia, cuando en realidad lo que crece es la fobia hacia él.
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