Rumores y confidencias en el Palacio Real

Jesús Rivasés

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Carlos Solchaga, en sus tiempos de ministro de Felipe González, decía que «la política es casi siempre economía, excepto en unas pocas, pero muy importantes, ocasiones en las que la economía es política». Mariano Rajoy llegó a la Moncloa con el mismo convencimiento. Ahora es consciente de que necesita algo más que la economía para ganar las elecciones. Sin embargo, insiste y advierte de que está en juego  que la recuperación se consolide. Remacha: «Se trata de crecer o volver hacia atrás». Ayer, en la multitudinaria recepción que ofrecieron los Reyes en el Palacio Real de Madrid con motivo de la Fiesta Nacional, saturada de rumores -como diría Pla-, quedó claro que es uno de esos momentos en los que la economía es política. Albert Rivera, para berrinche de los populares, era el invitado más feliz y deseado. Pablo Iglesias era el ausente calculador, que espera ganar votos por ahorrarse un saludo a los Reyes y un paseo por un Palacio, en el que el «laberinto catalán» (sic de destacado convergente) proyectaba una sombra muy alargada.

El Gobierno quería dar un realce especial a la fiesta y lo consiguió, pese a que el tiempo no acompañó demasiado. Las ausencias, estudiadas, de MasUrkullu y Barkos figuraban tan en el guion que fueron tan irrelevantes como descorteses. Rajoy insistía en los corrillos de la recepción en que «España, por primera vez, ha arrancado un periodo de recuperación sin devaluar». Es histórico y nunca nadie lo había logrado antes, pero ese argumento no dará votos el 20-D al PP que, a pesar de las últimas encuestas, aspira a ganar, aunque sea por poco, las elecciones.

Dos rumores, o dos mensajes, dominaron la recepción real, de conversación en conversación, de corrillo en corrillo. Primero: en Madrid, parte de lo más granado del Ibex, bancos y empresas punteras, contemplan con buenos ojos el ascenso de Rivera y sus Ciudadanos. Hubo meses en los que existía el temor a Podemos, pero ahora que las encuestas alejan a Iglesias de un resultado cercano al PP o al PSOE, preocupa menos. Segundo: algunos líderes convergentes, a los que les gustó más el baile de la vice Soraya que el de Iceta, avisan de que la CUP es el anarquismo, admiten que «Mas nos ha sorprendido a todos» y se quejan de la «impericia del Gobierno».

Nadie se lo dijo a Rajoy en el Palacio Real, pero lo sabe. Banqueros y empresarios cortejan a Rivera e incluso alguno -pelo justo, mucha energía- al PSOE sin miramientos. Todos confían en que tras el 20-D pueda haber una investidura con un presidente del PP o del PSOE, salvo sorpresa Rivera, y que gobierne con pactos día a día. Incluso para el PSOE, el que los Presupuestos estén aprobados es una ventaja. Podría gobernar y ya cambiaría lo que necesitara. En Catalunya, entretanto, solución andaluza, que consiste en esperar a que se celebren las elecciones, como hizo Susana Díaz con las locales. Nunca la economía fue más política, pero las pensiones, el déficit, el paro, aunque mejoran, siguen ahí. Rumores y confidencias en Palacio.