Del rombo al puño y la araña

El problema no son los 'pictos', sino si realmente sirven para algo

FERRAN MONEGAL

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En tiempos de Franco, y hasta varios años después, hasta 1984, en TVE colocaban rombos en una esquina de la pantalla. Un rombo para mayores de 14 años, y dos rombos para mayores de 18. No eran símbolos inocentes: aunque fueron creados para orientar a los padres acerca de los contenidos, muchos entendían esos rombos como una secuela de las prácticas censoras del régimen. Después, con la llegada de las autonómicas y las privadas,  la calificación de contenidos entró en una especie de letargo, una languidez, casi una disolución. Ahora el organismo competente, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), impulsa y ordena nuevas señalizaciones. Parece ser que han ideado un pintoresco repertorio de símbolos, seguramente inspirados en la moda de los emoticonos, entre los que sobresalen el de un puño cerrado para indicar que lo que van a emitir, o están emitiendo, es muy violento; o el de una araña blanca sobre fondo negro para advertir que ese contenido televisivo en concreto da mucho miedo.

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Lo meditable de esta historia de señalizaciones no es la proliferación de símbolos y más símbolos incrustados en las esquinas de nuestras pantallas; lo inquietante es qué criterios manejan en la CNMC,  para instituirse en jueces y emitir sentencia sobre un programa concreto. En teoría todo dimana de una hermosa idea: proteger a la infancia, a nuestros hijos, de esa tremenda criatura que tenemos en casa permanentemente encendida y que llamamos televisión/televisor. Es una hermosa idea, en efecto. Pero inútil, además de enormemente ingenua. Aun obviando que delante de la tele todos somos niños pequeños, o sea, que no importa la edad que tengamos porque la potencia de este medio -descerebrante o enriquecedora, según cada contenido- es inmensa, aun rehuyendo esta consideración, la protección a la infancia no deja de ser una ilusión. Una entelequia. Por ejemplo, la emisión de los llamados contenidos X,  es decir, los considerados más fuertes, están prohibidos totalmente en la franja horaria que abarca de 6 de la mañana a las 22.00 horas. Cabe preguntarse pues, inmediatamente, qué hacemos con el virulento tratamiento de los sucesos que practican los programas de las mañanas. Los casos de pederastas, pedófilos, asesinatos o secuestros de menores, adquieren en estas matinées, más que una tratamiento informativo, una violenta y retorcida ferocidad depredadora.

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Cuando Valerio Lazarov importó de Italia las despechugadas Mamachichos del ¡Ay que calor!, se produjo una airada revolución de meapilas. Las consideraban indecentes y perniciosas. En realidad eran señoras muy inofensivas. Nada inconvenientes para los niños. Al fin y el cabo, lo único que mostraban era algo tan natural como las tetas. Hoy, 25 años después, se produce la paradoja de que aquellos frontis -tan peligrosos para algunos beatos hipócritas- adquieren su verdadera dimensión, totalmente inocua, al lado de algunos contenidos del Sálvame limón, y del naranja también.

Cuando era pequeñito no había tele. Pero había cine. Y recuerdo que los domingos, en misa de 12, el mosén colocaba un cartel en la puerta. Era la calificación moral de las películas que echaban en los cines. Ponía: «La gata sobre el tejado de cinc: Grana, gravemente peligrosa». No creo que tengamos que volver a eso.

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