Dos miradas

Rogativas

JOSEP MARIA FONALLERAS

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No es ninguna novedad que las religiones se encomienden a los dioses para tratar de hacer frente a los crueles avatares de la naturaleza. Las rogativas implican necesariamente una plegaria e incorporan dos premisas previas del todo inalterables a lo largo de los siglos: el sometimiento a un poder superior que controla los meteoros y la confianza en el efecto dulcificante que tendrán las súplicas para suavizar la ira del Creador.

Cuando una comunidad indígena clama al cielo ante un tótem para que llueva (o para que deje de llover), cuando un sacerdote implora la intervención divina contra el diluvio (o la sequía), el concepto de la oración incluye la confianza en la reclamada bondad futura del dios y, al mismo tiempo, la constatación de su presente inclemencia. El arzobispo de Barcelona, tras 90 días sin una mísera gota en la ciudad, ha escrito una carta para que sacerdotes y feligreses organicen rogativas bajo el lema 'Solo el Señor es capaz de cambiar el curso de las cosas's. No dudo de que lo puede hacer, pero también podía haber pensado antes en ello. Quizá faltaba el empuje de los fieles, que también podían haberlo pensado antes. «Dios quiere contar, ciertamente, con nuestra ayuda», añade monseñor Omella.

El profeta Job creía no para obtener favores sino porque sí. Mientras Dios «llena de tinieblas» sus rutas, Job lo imagina aún «providente y bueno», pero topa con la maldad. Al fin, la dignidad de Job no es orar sino sublevarse.