Los nuevos retos de la UE

Rodeados de polvorines

La inestabilidad en torno a Europa se agrava y ya empezamos a sufrir los efectos de la inacción

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XAVIER BRU DE SALA

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Acostumbrados a centrar las miradas en los problemas internos de la Unión, no remarcamos con suficiente nitidez que son quizá más importantes los que provienen del exterior inmediato. Europa es un oasis rodeado de polvorines. La situación de nubes en todos los horizontes terrestres no es inédita, pero sí que podemos constatar algunas circunstancias nuevas. La primera que, lejos de mejorar, la inestabilidad en torno al continente se agrava. La segunda, que empezamos a sufrir los efectos de la inacción. La tercera, que ya no podemos esperar del hermano mayor del otro lado del Atlántico, y en consecuencia de la OTAN, que nos saque todas las castañas de todos los fuegos.

Una mirada rápida al arco que rodea Europa de sur a este (el resto es océano), desde el norte de África al norte de Rusia, lleva a concluir que tan solo Marruecos es un país sin conflictos potencialmente graves. De Argelia a las puertas de Egipto, con la pequeña y nada segura excepción de Túnez, buena parte del Magreb es un caos creciente de lucha de facciones. Enterrada la primavera árabe, Egipto vuelve a ser una dictadura militar represiva, aliada de Occidente pero poco amiga de su propia población. La miseria creciente, unida al poder islamista, pueden provocar un estallido. En Oriente Próximo, se han agotado las esperanzas de un Estado palestino viable. Si la pesadilla de la guerra de Siria acaba pronto será por la intervención de Rusia a favor del dictador. Turquía es un aliado cada vez más incómodo. Se consolida un autócrata que apenas guarda la compostura democráticas y no disimula las aspiraciones de llegar a potencia regional.

El militarismo agresivo de Putin

En fin, Rusia es un problema creciente. No tan solo por el militarismo agresivo de este Putin que se sale con la suya en Ucrania, sino por la escasa viabilidad del modelo de producción. Detrás de las apariencias de gran potencia, Rusia es un país mucho más débil de lo que parece -su PIB es una vez y media el de España, a repartir entre tres veces más de habitantes—, muy dependiente del precio de los hidrocarburos y sin modelo de desarrollo. Es candidata a sufrir una crisis social de gran envergadura. Por mucho que la revista 'Forbes', confundiendo exhibición de músculo militar con poder real, corone a Putin como el hombre más poderoso del mundo, está lejos de serlo, por la sencilla razón de que gobierna una potencia media, inferior a Francia o Gran Bretaña.

Mientras los fugitivos de Siria se amontonaban en los países cercanos, la guerra preocupaba poco a los europeos. Pero cuando Turquía ha empezado a encaminar centenares de miles de fugitivos hacia nuestra casa, se ha hecho evidente la necesidad de una política exterior más clara, unificada y efectiva. El nivel de amenaza directa es bajo, pero la inestabilidad del entorno se incrementa al ritmo que las perspectivas democráticas se debilitan o desaparecen del todo.

Después del fracaso de la invasión de Irak, la estrategia norteamericana ha experimentado un giro hacia la mínima intervención. No renuncian a ser gendarme del mundo, pero convencidos por las últimas y amargas experiencias de la sinrazón de los 'neocons', prefieren apaciguar la intensidad de los problemas y dilatarlos antes que afrontarlos. El acuerdo con Irán es el paradigma. Esta doctrina comporta efectos positivos en términos de menor conflictividad armada, pero de rebote obliga a Europa a convertirse en un actor político de primer orden, si no en el tablero global, sí en su entorno.

La falta de una fuerza europea

Europa debe de ser tan antibelicista como pueda. A menudo, las sanciones funcionan. De Europa procede el 65% de las ayudas al tercer mundo. Pero no basta con la sagacidad y la capacidad oblicua de los líderes europeos para operar en el exterior. Las experiencias de los Balcanes y Siria demuestran que, a veces, la intervención militar evita males mayores, empezando por los que sufre la población de los países con conflictos armados. A pesar de la altísima capacidad militar sumada de los países europeos, solo superada por Estados Unidos -y en algunos campos no por mucho-, no existe una fuerza militar europea organizada como tal con notable capacidad de intervención, ni por supuesto un ejército o una armada europea.

¿Hay remedio desde Europa para los polvorines del 'limes' que la rodea? No en un horizonte predecible. Casi todo el que podemos hacer es esperar que no estallen y poner unos cuantos cirios para que Alemania, el país mejor preparado y menos egoísta de la Unión, consiga más liderazgo también en materia de seguridad exterior. La oferta-caramelo de ingreso a Turquía, a cambio de frenar la deriva islamista y la riada de refugiados, es un pequeño y ambiguo buen indicio.