Ante las elecciones del 27-S

Robert independentista contra las cabras soberanistas

La independencia puede ser un fin o un instrumento, lo esencial es tener un Estado a favor de la sociedad

XAVIER BRU DE SALA

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Todos conocemos el negocio de Robert con las cabras, pero quizás no todo el mundo se ha fijado en su versión más actual, a cargo del independentismo catalán. Resulta que el 9-N el 'sí'  200.000 de los cuales votaron 'no' a la segunda pregunta, es decir a la independencia. Hubo acuerdo general sobre la insuficiencia del sí. Para asegurar un buen resultado en las plebiscitarias había que sumar todavía unos 300.000 votos. De entonces, la discordia ha conseguido que los sondeos anuncien un retroceso del independentismo. Por si fuera poco, ICV-EUiA se ha descolgado de la hoja de ruta acordada por CDC y ERC y Unió se incomoda. Si además tenemos en cuenta el auge de Ciudadanos y la irrupción de Podemos, ya casi podemos asegurar que el 27-S el independentismo no obtendrá la mayoría de los votos válidos, que es el que cuenta en todo plebiscito. Incluso, dependiendo de la participación, puede quedar lejos de esta mayoría. Quien no vea paralelismos con el negocio de Robert con las cabras, que se ordeñe las neuronas.

El único remedio, y encima quizás parcial, consiste en buscar una fórmula que anime a todos los soberanistas a votar  En las autonómicas del 2012, el cómputo de votos a candidaturas, el equivalente de los votos válidos, se acercó a los 3.600.000. Sobre esta base, el 1.900.000 del sí-sí el 9-N ganarían por poco. ¿Alguien asegura que no se hayan perdido algunos por el camino? ¿Alguien asegura que no aumente la participación y por lo tanto los votos contrarios a la independencia? A buen seguro que, con estos cómputos y estas previsiones, resulta suicida considerar traidores a los partidarios del sí-no. Muy al contrario, insistamos, no se ve posibilidad de revertir las tendencias sin la incorporación de los soberanistas, partidarios del estado propio pero no de la independencia. ¿Cómo?

Dos opciones

Dos opcionesSe puede estar a favor de la independencia de dos maneras. La del convencimiento y la instrumental. La gran mayoría de soberanistas partidarios del estado propio sin ruptura con España votarían a partidos con programas independentistas, siempre que su sí fuera la vía para forzar una negociación. Las amenazas deben de ser creíbles. Si no hay mayoría a favor de la independencia, es de prever que continuaremos como estamos, bajo una forma no cruenta de asedio. O eso o hacer lo posible para conseguir unos objetivos que, estos sí, son muy mayoritarios en Catalunya. ¿Tan difícil es de entender? ¿Tanto cuesta devolver la centralidad al soberanismo, sea independentista o no? Los del sí-no, y quizás unos cuántos más, se sumarían al sí a condición de que su sí fuera reversible en caso de acuerdo satisfactorio con el Estado español.

¿Por qué no se impone esta visión pragmática y posibilista? Según mi entender, por una sola, simple, primaria, histérica y errónea razón: porque CDC tiene miedo de ERC. Si CiU es la única de las formaciones políticas con poder real en los últimos decenios que ha contenido la bajada, es porque, al contrario del PSC y el PP, es vista como un motor de cambio. A pesar de la corrupción, a pesar de la sangría del caso Pujol, a pesar de la percepción de una muy escasa sensibilidad social, ganada a pulso durante decenios, CiU no se estrella. Baja, pero todavía cuenta con las preferencia del electorado. El factor Artur Mas es clave, pero no basta para explicar la resistencia de CiU.

Visto con mirada estratégica, es evidente que en Catalunya falta un partido soberanista de amplio espectro que lidere sin tapujos y por lo tanto supere el marco actual de las discordias. Un partido formado por gente honesta, capaz, fiable, pragmática y decidida, que vaya a favor de todos, y en primer lugar de los menos favorecidos. CDC, una parte del nuevo soberanismo de izquierdas, y por supuesto Unió, están en situación de formarlo.

País nuevo, partido nuevo. Para mantener y mejorar una buena posición en Europa y en el mundo global, la dinámica Catalunya necesita instrumentos de Estado y pacto social. Si Madrid continúa como hasta ahora, no habrá más remedio que convertirse en autonomía de Europa para conseguirlo, pero el objetivo es el Estado, no forzosamente la independencia. La independencia puede ser una finalidad, un instrumento o un instrumento que acabe convertido en finalidad, pero lo esencial es el Estado a favor de la sociedad y el pacto social.

El partido hegemónico del futuro no será el que gane ahora el concurso de salto de longitud independentista ante el muro sino el que hable en plata y contemple una diversidad de escenarios, con soberanía pero no necesariamente con independencia. El momento histórico es crucial. Sin renunciar a nada, el catalanismo, que es el motor de Catalunya, debe volver a ser inclusivo.

Escritor.