Rivera, el deseado

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Punto de partida: las mayorías absolutas serán cada vez más una excepción. Da igual si se trata de un ayuntamiento, un gobierno autonómico o, tal y como apuntan los sondeos, el próximo Ejecutivo central. La socialista Susana Díaz ha probado estos días el amargo gusto que puede llegar a tener la falta de apoyos. Acabará siendo presidenta de la Junta, pero lo suyo le habrá costado. Y la legislatura andaluza no ha hecho más que empezar. Pablo Iglesias y Albert Rivera, los artífices de la llamada nueva política -que a menudo exhibe tics idénticos a la de los partidos tradicionales-, ya venden caros sus votos antes de saber dónde serán imprescindibles.

El líder de Podemos, una vez descartada cualquier alianza con PP (o en el tablero catalán con CiU), ya ha avisado a los socialistas de que los apoyos no son gratis. "Quien quiera entenderse con Podemos tendrá que dar un giro de 180 grados a las políticas que se venían aplicando hasta ahora", ha alertado Iglesias. Un mensaje directo a, entre otros, Pedro Sánchez, a quien el CIS insufló ánimos la semana pasada. El secretario general de los socialistas ya ha expresado su voluntad de no imponer acuerdos a sus barones autonómicos, un margen de maniobra que le permite mirar tanto a derecha como a izquierda. La diferencia entre PP y PSOE, es que el primero no puede contar con alianzas con Podemos, mientras que el segundo tanto puede entenderse con candidatos del partido lila como con los de Ciudadanos. Hace un par de años, en una entrevista concedida a este diario, cuando se le preguntó a Rivera por la ideología definió a su partido como "netamente progresista". Y, situado en el tablero catalán, añadía: "Lo que pasa es que aquí hay dos ejes. Uno es izquierda-derecha, en el que estamos en el centro-izquierda, y otro, el nacional, en el que defendemos la unidad con España». Sabedor de que tendrá la llave en más de una institución, ahora se ofrece como garante de la estabilidad. "Somos el antídoto contra el inmovilismo y la inestabilidad", proclamaba este domingo en Valencia, una plaza en la que sus votos pueden ser decisivos para mantener a Rita Barberà en la alcaldía y a Alberto Fabra al frente de la Generalitat.

Rivera, como Iglesias, son dos grandes oradores y se pasean por los platós como nadie. Pero no son infalibles. El líder de Ciutadans lo demostró ayer cuando insistió en que "es bueno" que gobierne gente que ronda los 40 años, un argumento que -aunque él lo niegue- tiene un componente excluyente que a buen seguro no le ayuda. Una cosa es que haya llegado el momento de enmendar los errores de la Transición y, por ejemplo, plantearse en serio una reforma constitucional. Y otra es pensar que la juventud comporta una mayor destreza en la gestión o menos ganas de meter mano en la caja. Ni Ciutadans ni Podemos saben lo que es gobernar, y está por ver si sabrán hacerlo. Incluso está por ver si querrán hacerlo, porque muchas veces escuchando a Rivera da la sensación de que aspira más a influir que a gobernar.