La clave

Ridículo colectivo

JUANCHO
Dumall

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Cierta sensación de ridículo colectivo recorrió ayer sedes políticas y redacciones de medios de comunicación catalanes cuando se supo, pasadas las ocho de la tarde, que la asamblea de la CUP, después de doce horas y tres votaciones, había acabado en tablas. El empate entre quienes aceptaban la investidura de Artur Mas y quienes se oponían a esta era una posibilidad que, por remota, nadie había considerado. Y, sin embargo, esa igualdad a 1.515 votos significa que el calvario para el presidente en funciones continúa. La imagen de Mas, ya bastante dañada por los sucesivos revolcones en las sesiones de investidura en el Parlament y por las posteriores concesiones contra natura de Junts pel Sí a la CUP, que le convertían en una especie de reina madre, queda ahora aún más en precario.

Buena parte de la sociedad catalana debe de pensar a estas horas que lo mejor para Catalunya y para acabar con el espectáculo que empezó con la dispar lectura de los resultados electorales del pasado 27 de septiembre es volver a votar y que las cartas se repartan de nuevo. Porque el empecinamiento del líder de Convergència para retener la presidencia de la Generalitat a cualquier precio ha terminado por devaluar la imagen de la institución en un momento crítico.

Empate eterno

El resultado de tablas en la asamblea de la CUP puede interpretarse también como una metáfora de lo que es la situación de Catalunya desde que el proceso soberanista tomó velocidad de crucero. La sociedad vive una especie de empate eterno entre independentistas y contrarios a la independencia que no se resolverá sin diálogo y sin cesiones. Lo demás es un bloqueo estéril que solo conduce al hastío.

La CUP, como antes otras fuerzas, va a verse sometida al estrés que produce la división interna. El espectacular despliegue asambleario no la va a librar tampoco de las críticas por haber prolongado el partido, dicho en términos futbolísticos, hasta lo intolerable. Pero la mayor responsabilidad hoy no está en la CUP sino en quien tiene la potestad de convocar elecciones y acabar con un impasse que a nadie beneficia.