La nueva política

¿Y la revolución divertida?

La gran esperanza depositada por mucha gente en los movimientos sociales de contestación se va diluyendo

Pablo Iglesias en su discurso en la investidura de Rajoy.

Pablo Iglesias en su discurso en la investidura de Rajoy. / periodico

JULI CAPELLA

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La denominada nueva política no está ofreciendo un relato diferenciado ni atractivo. Sus dirigentes no saben empatizar. Es una pena, siguen usando la rabia como sistema de lucha. Como si ser maleducado fuese revolucionario. Así consiguen perder simpatizantes y desvirtuar su alternativa.

El cambio del mundo será divertido o no será. Ya se han amargado generaciones pasadas sin conseguir apenas nada. No hace falta sacrificarse ni sufrir. Hay que cambiar radicalmente de estrategia y encontrar un camino, el de la conciencia, donde se disfrute con la acción. Única forma de no hartarse y de seducir a más gente.

Cierto que históricamente el mundo solo ha cambiado a base de violencia y sangre. Pero en las democracias consolidadas eso no es aceptable. Y tampoco la provocación y la agresividad. Es contraproducente y nos aburre.

La gran esperanza depositada por mucha gente en los movimientos sociales de contestación se va diluyendo. La actitud de algunos dirigentes de la nueva política es similar a la de sus rivales veteranos. Cuando un nuevo político se enfada y amenaza, pierde la razón. Y si aparece por televisión berreando como los demás, no se hace oír más sino menos, y además te avergüenza.

El revanchismo es otro error garrafal. No se trata de bascular el poder de uno a otro lado, sino de transformarlo. Cada comentario resentido, cada promesa de venganza, es un retroceso en el cambio. Tampoco aciertan con acciones como la quema de banderas y fotos. Ni con las pintadas, la rotura de cristales o del inocente mobiliario urbano. Todo eso es precisamente vieja protesta. Les hace falta urgentemente buscar acciones ingeniosas, positivas, que generen adhesión y no rechazo.

Falta humor en la nueva política, ironía, simpatía, que siempre es más seductora que la triste queja. Y sobre todo, se echa de menos bondad y buena fe en las formas.

Sigue pendiente una nueva generación de ciudadanos que apuesten por una revuelta -como decía Octavio Paz- ingeniosa y divertida. De momento toca esperar.