IDEAS

'Selfies' y fealdad

JORDI PUNTÍ

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¿Se acuerdan de cuando la televisión no podía entrar en los juicios? No hace tantos años. El recurso era el dibujo, un retratista que con un estilo neutro realizaba un boceto de los implicados: el juez, la víctima, el acusado... Ignoro si hoy existen todavía artistas de juzgado en España, o si es otra de esas profesiones desaparecidas. Por lo que sé, en Estados Unidos siguen presentes y hace unos meses tuvo lugar un caso curioso. El jugador de futbol americano Tom Brady, ídolo deportivo y casado con la modelo Gisele Bündchen, era juzgado por trampas con unos balones sin aire durante la final de la NFL. La artista que seguía el caso, Jane Rosenberg, le dibujó durante el juicio, pero el resultado fue un mamarracho, una especie de zombie demacrado que no hacía justicia a Brady. Las redes sociales se cebaron con  la 'artista' y tuvo que salir a pedir disculpas. Sus excusas –falta de tiempo, presión social— se parecían a las que dio en su día la señora Cecilia, autora de la restauración del Ecce Homo de Borja.

¿Cuando se torció el arte del retrato? ¿Quién es el culpable de la distorsión de la realidad? Hace un par de años, el expresidente George W. Bush presentó una serie de retratos de personajes que había conocido, del Dalai Lama a Putin o Berlusconi, y, bueno, digamos que no era peor como presidente. El retrato es un arte esquivo y en decadencia. Un paseo por las Ramblas nos permite entender que hay dos tipos de retratistas: los que saben captar la esencia del modelo con cuatro rasgos físicos (del minimalismo a la caricatura) y los que intentan reproducir fielmente lo que ven sus ojos. Los parecidos pueden ser tan razonables como grotescos, igual que sucede con las estatuas del Museo de Cera, al otro lado de la calle.

Quizá el problema tiene que ver con la mirada sobre la realidad. Antes conocíamos nuestro rostro al vernos al espejo o por las fotos ajenas. Ahora nos basamos en 'selfies' hechos sin perspectiva, tomados a la distancia del brazo o del famoso palo-'selfie', y la distorsión se acentúa: ojos saltones, narices grandes, pómulos brillantes, caras de gran asimetría... Somos ecce homos de nosotros mismos, y nos gusta.