La carrera para el 25-N

Retrato de familia

La capacidad de convencer y sintonizar con el electorado ha primado en una campaña cercana

Retrato de familia_MEDIA_2

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XAVIER BRU DE SALA

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Ya se acaba la campaña. El domingo por la noche compararemos los resultados con las expectativas de cada formación y podremos vislumbrar un poco de futuro. Calibraremos el empuje del soberanismo y mucho más. Mientras tanto, algunas consideraciones basadas en la intensísima carrera electoral.Iba a hacer constar que trataría de no influir en el voto del lector, pero la pretensión de influencia conllevaría un exceso de presunción. A estas alturas, y ya llevamos unos días, casi todo el mundo tiene decidido el voto, aunque muchos respondan a las encuestas con el truco de declararse indecisos todavía. De ahí la primera consideración. Quizá no la más importante, sí la más optimista.

LA CATALANA es una sociedad madura, más reflexiva que impulsiva, compuesta por una gran mayoría de individuos que no se dejan arrastrar por la demagogia, el populismo y otras enfermedades de las democracias. El soberanismo, que el domingo se puede confirmar como ampliamente mayoritario, es el resultado de una decantación de más de 10 años. Ahora aflora como una corriente impetuosa, pero no efímera. Se ha formado y ha tomado fuerza bajo la superficie de unas aguas solo en apariencia tranquilas.

En la medida que esto sea cierto, el arrebato sería cosa del pasado. La corriente soberanista tiene fuerza y serenidad. De modo que el juego sucio y grosero del borrador perdido y las declaraciones agresivas y torpes, ha enfadado a mucha gente, ha centrado sin duda el último tramo de campaña, pero no creo que cambie el sentido de muchos votos. No creo siquiera en el efecto bumerán, según el cual la maniobra catapultaría al difamado hacia la mayoría absoluta. Los criterios están formados. El proceso de cada ciudadano para determinar su voto ya había llegado al final y no se habrá movido nada o muy poco. Si los argumentos del miedo no han logrado hacer mella, los de la agresividad difamatoria tampoco.

Por otro lado, una constatación sobre los abstencionistas. ¿Por qué las previsiones no pronostican un incremento muy significativo de la participación, baja o muy baja en las autonómicas? Los que podrían votar y no lo harán a pesar de la extraordinaria importancia de estas elecciones tienen también sus razones: por el momento dejan que arranque, y si algún día no les gusta el proceso, ya lo frenarán, intuyo.

La tercera consideración, a la que se refiere el título, es ese aire de familia, de gente cercana, de casa, incluso desde la discrepancia radical, que ha consolidado la campaña electoral. Hemos visto y observado a los candidatos con detalle. El debate de TV-3 batió récords. Se le critica con razón, ya que parecía una discusión de sobremesa. Pero el tono estuvo bien. Se perciben, sobre todo en comparación con Madrid, unas líneas rojas en el comportamiento, una medida obligada en las expresiones, y traspasarlas puede comportar penalizaciones por parte del electorado.

La contención expresiva es un valor al alza. No será casualidad que quien más la ha observado esté arriba del todo y que quien más se ha alejado esté a punto de quedar fuera del Parlament. Ciertamente, prima por encima de todo la capacidad de convencer y la de sintonizar con el propio electorado. Si no hay sintonía entre la oferta de un partido y las aspiraciones de sus posibles electores, y si no hay capacidad de convencimiento, la moderación del discurso contribuye más a diluirlo. Ahora bien, aunque la sintonía esté afinada de principio, los excesos de contundencia e incluso de vehemencia pasan factura. Y al revés.

QUIEN SE HAYA fijado, habrá observado que, de los dos candidatos contrarios al catalanismo, el que mejor ha combinado la dureza con la educación obtiene las mejores expectativas. No cuenta solo este factor, claro, pero este factor cuenta mucho.

Este retrato como de familia contrasta con toda la porquería y la brutalidad provenientes de Madrid. En esto se produce también un alejamiento progresivo. En el ágora catalana, no es que predomine sino que reina de manera absoluta un tono calmado y reflexivo. No estamos libres de partidismo y demagogia, claro, pero la suavidad no es solo una cuestión formal sino que el cómo se expresa afectará la propia naturaleza de lo que se expresa. En este punto y en estas circunstancias, Catalunya saca un notable alto mientras que en Madrid la política y los medios se hunden en la propia miseria.

La diferencia tiene mucho que ver con la percepción de lo que es verdadero y lo que proviene de la manipulación. ¿Se da cuenta Madrid del daño que inflige a España? ¿Se da cuenta de cómo Catalu-nya es cada vez más refractaria a su agresividad compulsiva? Escritor.