La prácticas sexuales en público

Retozar a gusto, pero sin alamedas

Cabe preguntarse qué sistema de valores está empezando a florecer sin que nos estemos dando cuenta

Retozar a gusto, pero sin alamedas_MEDIA_3

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ALFREDO CONDE

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Deambuló este verano por los circuitos habituales y por alguna cadena de televisión la visión de una torre del castillo navarro de Olite. Torre de la que no se aclara si será o no la del homenaje, pero que merecer, merecería serlo. El ojo del espectador, gracias a los del no se sabe si avispado o avisado cámara aficionado, tropieza, en pocos segundos, a través de murallas y otras torres interpuestas, con la redonda y almenada torre en la que un señor calvo y no se diría que orondo, aunque parecer pudiera parecerlo, con absoluta serenidad y calma, sin apasionamientos previos, pero eficaz y a todas luces concienzudamente, sin especificación ninguna acerca de la hora en la que se esté llevando a cabo la faena, a plena luz del día, eso sí, está haciendo bueno el ripio de que sean o no las cinco en este mismo instante te la hinco.

¿Quién es y a quién se la hinca? El señor no será capitán, pero sí debe ser un trueno a juzgar por la serenidad pasmosa con la que afronta el trance, y ella no será Sigrid, pero es rubia y se debruza entre dos almenas. A ella se la hinca mientras ella gesticula, ora como si rezase, ora como si clamase al cielo, aunque, hay que decirlo, sin excesivos aspavientos. Se ve que no son del país. Nadie lo diría, al menos en un principio. Permanece él en pie, además de adarga en ristre y ayuno de galgo corredor, mientras le ofrece ella la popa, en posición que incita a navegaciones bajo superficie y se apoya, como ya se dijo, en el vano existente entre dos almenas de la torre.

Sigrid, quiere decirse, la recipiendaria de los afanes del señor ya que no orondo sí calvo, ya que no capitán sí algo trueno, es la alcaldesa de un ayuntamiento belga con mayoría flamenca. El polvo, muy flamenco, si no fue de altura -que sí lo fue si consideramos dónde fue llevado a cabo, allá arriba los encaramados-, lo está siendo. Alguien colocó en internet el vídeo tan furtivamente filmado y sus imágenes están dando la vuelta al mundo, ante la hilaridad de no pocos y la hipocresía de bastantes.

Según los más, se trata de un escándalo y la alcaldesa debiera dimitir de sus funciones. Echando mano de las palabras finales de un conocido texto gallego que le valió la excomunión a su autor y que libremente se traduce para ustedes: «…si este es el mundo que Yo hice, ¡que el diablo me lleve!». Nadie, que sepa y al menos hasta el momento, ha condenado al hijo de mala madre que sorprendió a la pareja en situación tan íntima y que, en vez de apartar la vista con discreción y mirar para otro lado, ha inducido alvoyeurismoa una parte importante de la doliente humanidad.

Hasta ahora, cuando un mirón que no lo era sorprendía a alguien haciendo el amor en una junquera, robledal, playa o insólito lugar en el que le pillasen esas ganas que todos conocemos y que, cuando aprietan, lo hacen de verdad , de forma que ni los más sagrados lugares se respetan, miraba discretamente hacia otro lado y como mucho decía «huy, perdón» en voz muy baja y mientras se alejaba. Ahora no. Ahora lo graba y lo emite en internet para que todo el mundo pida que la alcaldesa dimita. El mundo está cambiado.

A mayor abundamiento, en una localidad andaluza andan los ciudadanos buscando soluciones y no se les ha ocurrido mejor cosa que pintar el pueblo de color rosa y proclamarse, en caso de aprobación por referendo, la primera ciudad gay del mundo en franca competencia con urbes que no será necesario citar por ser de todos conocidas. Hasta ahí pudiera ser de recibo el asunto de albergar amores hasta hace poco considerados aberraciones, porque está visto que no tenemos remedio. El problema es, pudiera serlo, que, en el paroxismo del deseo y de la imaginación desbordada se ha visto en televisión a un señor muy serio exponiendo el diseño de la nueva realidad que surgiría: aquí la Alameda Oral, la Alameda Anal allá, la Alameda del 69 acullá, y así sucesivamente denominados los bucólicos y arbolados lugares en los que poder retozar a gusto. ¿Será mucho pedir una torre del homenaje en la que los que se teme que pronto empiecen a ser discriminados en razón de su heterosexualidad puedan retozar sin que ningún mamón los filme? No se sabe si el mundo está muy mal, pero sí se puede convenir, al menos, en que sí está muy cambiado.

El árbol ya está en la semilla, dicen los textos ocultistas. Cabe preguntarse qué semillas se están sembrando y qué sistema de valores empieza a florecer sin que nos estemos dando cuenta. Retocen a su gusto hetero y homosexuales, háganlo sin alardes, como se ha venido haciendo desde que el mundo es mundo, salvo en conocidas y constatables excepciones, pero evítense las alamedas. Salvo casos de intoxicación etílica o de otra índole, nadie se pone a orinar en medio de la calle, sino que, en caso de extremo apuro, se echa a un lado, busca una esquina o un muro algo apartado y da allí rienda suelta a sus fluidos corporales. ¡Follar en lo alto de una torre! ¡Hay que j…! Y que eso sea noticia al tiempo que la de la propuesta de las alamedas orales, anales y excuso decir fecales, pues los cropófilos también echarán su cuarto a espadas y son igualmente criaturillas del Señor, es señal de que ya no tenemos nada mejor que decir o, lo que sería peor, que ya está dicho todo. A no ser que, claro, haya sido cosa del verano. Escritor.