EL ANFITEATRO

El retorno de la 'grand opéra'

El Capitole de Toulouse se suma a la 'Meyerbeer renaissance' con 'Le prophète' en las voces de John Osborn y Kate Aldridch

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ROSA MASSAGUÉ

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Si una soprano como Diana Damrau graba un CD dedicado por completo a arias de Giacomo Meyerbeer es que aquel compositor que fue el máximo representante de la ‘grand opéra’ francesa, desaparecida durante un siglo de los teatros, ha vuelto quizá no para quedarse, pero al menos para que podamos (re)descubrir lo que nos habíamos perdido.

La ya conocida como ‘Meyerbeer renaissance’ empezó lentamente en los primeros años de este siglo para acelerar ganando intensidad y frecuencia en esta segunda década. Y curiosamente no lo ha hecho tanto en Francia donde parecería ser lo lógico, sino en otros países. ‘Les huguenots’ se ha visto en Bruselas y Berlín (el Teatro Real la ofreció en versión concierto); ‘Robert le diable’, en Londres; ‘Vasco da Gama’, versión original de ‘L’Africaine’, en Chemnitz (2014) y Berlín (2015); ‘Le prophète’, en Essen y Karlsruhe. Y ahora esta obra ha subido al escenario del Théâtre du Capitole de Toulouse. La lista no es exhaustiva, pero sí ilustrativa.

Lo curioso de este renacimiento de la ‘grand opéra’ es que se produzca en tiempos de crisis, cuando este género requiere grandes masas corales y orquestales, grandes voces, ballet, figurantes y todo ello en grandes montajes. La época de oro de esta especificidad típicamente francesa --aunque su máximo representante, Meyerbeer, fuera berlinés-- se produjo a mediados del siglo XIX y sobrevivió hasta final de siglo. La primera guerra mundial y la aparición de nuevas sonoridades y nuevas formas operísticas marcaron su desaparición de los escenarios a la que contribuyó el wagnerismo furibundamente antimeyerberiano, así como más tarde, en 1933, la prohibición dictada por el nazismo de las obras del autor berlinés por ser judío. Hasta ahora.

LA REVUELTA DE LOS ANABAPTISTAS // ‘Le prophète’, al igual que todas las obras de esta época, tiene un argumento histórico. Con libreto de Eugène Scribe, narra a su manera la historia de Jean de Leyden, el anabaptista holandés que tras unas violentas revueltas se coronó rey de Münster (Alemania). El marco es el de las guerras de religión y de campesinos desatadas después de que Lutero se enfrentara a Roma con su reforma protestante hace exactamente 500 años. Aquel desafío generó la aparición de varias sectas y grupos de un puritanismo y una radicalidad extremas, como fue el caso de los anabaptistas.

La historia que cuenta ‘Le prophète’ suena a muy antigua pero los temas que desarrolla son siempre actuales como la manipulación de las masas y la borrachera del poder que lleva al revolucionario a convertirse en igual o peor tirano que el que ha derrocado. Y de esto, la historia, incluso la más contemporánea, nos ofrece ejemplos a mansalva.

En la vida del Jean que presentan Scribe y Meyerbeer hay dos mujeres. El ‘profeta’ abandona primero a Berthe, la joven con la que va a casarse a la mañana siguiente, por su madre, Fidès, para renegar de esta cuando ya se ha coronado rey. Al final, un fuego purificador en el que mueren todos --amigos y enemigos--, el propio Jean y las dos mujeres, redime al protagonista. Sin embargo, más que la relación con las dos mujeres, lo que la ópera muestra es el proceso de cambio de la personalidad del líder anabaptista.

La partitura de Meyerbeer es de una gran riqueza orquestal y vocal con una gran variedad de combinaciones y con una presencia fundamental de los coros. El compositor había bebido de la ópera italiana durante su estancia en aquel país. Del mismo modo esta ópera ejerció una enorme influencia en compositores como Giuseppe Verdi, Richard Wagner o Franz Listz.

ELECTRICIDAD // El estrenó de la ópera en 1849 incorporó varias innovaciones técnicas, como la aparición de unos patinadores para el ballet o el uso por primera vez en un teatro de la electricidad, concretamente al inicio del tercer acto para mostrar la salida del sol cuando Jean de Leyden se dispone a dar el asalto definitivo a Münster. En pleno siglo XXI aquella fábrica de ilusiones no nos dice nada, pero sigue siendo fundamental el trasladar al escenario las distintas atmósferas, casi todas sombrías, excepto la gran escena de la coronación.

La ópera de Toulouse ha puesto este ‘Prophète’ en manos de Stefano Vizioli que dirige una producción sencilla, pero muy eficaz para explicar el desarrollo de la historia en los muchos cambios de escena gracias en buena parte a la iluminación de Guido Petzold. El escenario es una caja negra, “sofocante”, en palabras del director de escena, en la que aparecen elementos simbólicos que definen la trama hasta la destrucción final.

GRANDES VOCES // En esta ‘grand opèra’ vista con más de un siglo de distancia están todos los elementos que la hicieron realmente grande en su día, pero el más importante son las voces y en Toulouse brillaron con luz propia, dos a un nivel altísimo. El tenor John Osborn, en el papel protagonista, se ha convertido en el ‘profeta’ de referencia y en la ciudad francesa confirmó esta alta calificación con un canto muy sólido, además de una bella voz, en un papel extenuante. El tenor estadounidense, que había merecido el premio de la crítica al mejor cantante masculino que otorga Amics del Liceu por su interpretación de Benvenuto Cellini en la temporada 2015-2016, se encuentra en un gran momento.

La otra voz que mereció todos los aplausos fue la de la mezzosoprano Kate Aldrich como Fidès, un papel que requiere momentos graves de contralto que, sin ser su tesitura, defendió con gran brillantez. La madre de Jean adquiere gran relevancia en los actos cuarto y quinto. Cabe recordar que Meyerbeer compuso esta parte para la gran Pauline Viardot. Aldrich puso el listón altísimo.

La soprano Sofia Fomina era Berthe, un papel que tiene mucho peligro en su aria inicial en el primer acto con saltos de dos octavas. Sus sobreagudos sin el apoyo orquestal fueron problemáticos, pero en su reaparición también en los actos cuarto y quinto hizo un muy buen trabajo.

Había cierta desigualdad en el trío de anabaptistas formado por el bajo Dimitry Ivaschenko (Zacharie), el tenor Mikeldi Atxalandabaso (Jonas) y el también bajo Thomas Dear (Mathisen), pero en ningún caso desmerecieron el gran nivel vocal de la representación. El barítono Leonardo Estévez (Le Comte d’Oberthal) fue quien menos encajaba en el nivel general.  

El francés es una lengua que presenta una gran dificultad para cantar, pero todas las voces y muy en particular las de Osborn y Aldrich, ambos estadounidenses, y el resto del reparto en el que no había ningún francés, hicieron gala de una dicción impecable.

En ‘Le prophète’, como en toda la ‘grand opèra’, el coro adquiere un gran peso por sus numerosos efectivos y por la abundancia de intervenciones. El coro del Capitole, reforzado en esta ocasión, estuvo brillante en todo momento y merecen destacarse unos ‘pianissimi’ de los que dejan al espectador con el alma en vilo.

Todo este gran espectáculo no sería posible sin una orquesta muy solvente como es la del teatro tolosano, tanto en el foso como entre bambalinas, dirigida en esta ocasión por Claus Peter Flor que ha devuelto toda su brillantez al renacimiento de esta ‘grand opéra’.

‘Le prophète’ cierra la temporada operística del Théâtre du Capitole. También marca el fin de la dirección artística del teatro a cargo de Jean-Jacques Groleau que en septiembre cederá el puesto a Christophe Ghristi.

Ópera vista el 23 de junio.