Retorno a 'Twin Peaks'

RAMÓN DE ESPAÑA

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Blake Crouch es un escritor norteamericano (Carolina del Norte, 1978) cuya vida dio un giro trascendental, como él mismo reconoce, a la tierna edad de 12 añitos, cuando se enganchó a la serie de David Lynch y Mark Frost Twin Peaks. Se quedó tan colgado de ese lugar imaginario que no paró hasta fabricarse uno parecido para él solo (y sus lectores, claro).

Su pueblo está en el estado de Idaho, se llama Wayward Pines y las cosas extrañas que ahí suceden ocupan una trilogía compuesta por Wayward, Thelasttown y Pines. Esta última la acaba de publicar Destino, coincidiendo con el estreno mundial de la serie Wayward Pines en el canal de pago Fox: yo la empecé a leer la misma noche del estreno de su versión televisiva y me dieron las cuatro de la mañana, hasta que se me cayó el libro al suelo y me quedé frito.

Wayward Pines (la serie y el libro) engancha de mala manera, pues la mezcla de Twin Peaks The twilight zone (clásico inmarcesible que emitió TV-3 con el título de La dimensió desconeguda) es sencillamente irresistible. A nadie en su sano juicio se le ocurriría quedarse a vivir en Wayward Pines -un sitio cuyos arbustos ocultan pequeños amplificadores de los que sale el canto de un grillo-, pero es un placer visitarlo como el que se sube al Tren de la Bruja con la idea de pasar un poco de miedo.

Como era de prever, abalanzarse sobre la novela no me sirvió para resolver las incógnitas de la serie, sino para que estas crecieran de manera exponencial, hasta el punto de que no sé cómo va a salir de esta el señor Crouch (lo mismo pasaba con los misterios de John Franklin Bardin, aún más delirantes, aunque resolverlos era lo de menos).

En cualquier caso, el hombre ha conseguido crear un universo inquietante en ese pueblo que más bien parece un terrorífico estado mental y al que siempre vuelves sin pretenderlo, pues la carretera es un circuito cerrado que te impide salir de ese sitio maldito que, como aquellos pueblos falsos del desierto de Nevada construidos para las pruebas nucleares, parece un experimento que nadie sabe quién ha puesto en marcha, pero da la impresión de que se le está yendo de las manos.