dos miradas

Resurrección

EMMA RIVEROLA

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Morimos varias veces antes de morir. Son muertes sin funerales, ni esquelas, ni mortajas, aunque también cargadas de silencio y dolor. Son momentos en los que el aliento parece detenerse, los relojes andan sin dar la hora y caminamos sin levantar la vista de las grietas del asfalto. Son días en los que miramos lo mismo que hemos escudriñado tantas veces, pero ahora sin reconocerlo. El sofá ya no es cómodo, las líneas de los libros se desbaratan y ni el café sabe a café. De repente, no entendemos nada. El lenguaje se ha olvidado de la sintaxis y las palabras esconden trampas para los intrusos.

Morimos varias veces antes de morir. Cuando el avión de papel cae sobre el estanque o el triciclo se quiebra bajo nuestro peso. Cuando la orilla en la que chapoteamos pierde el horizonte y una legión de moscas cubre los restos abandonados. También los de las amistades perdidas, los amores que ya no susurran palabras bonitas o los sueños con polillas. A veces, está bien cerrar los ojos y dejar que se apaguen las luces que agonizan, que callen las puertas que chirrían o que se duerma el suelo de madera que cruje. A veces, está bien aprovechar los días de lluvia para tender las sábanas enfermas, limpiar los cuencos sucios de polvo, borrar los pasos cansados de las alfombras y trazar las rutas para los días de sol. Caminos con retorno. Pasajes de ida y vuelta. A veces, hay que morir un poco para renacer.