Resiliencia y cambio climático

El Servei Meteorològic de Catalunya ha dado a conocer datos relevantes sobre el cambio climático. De 1950 a esta parte, en nuestro país hubo un incremento de la temperatura media de 0,2ºC por década. En seis décadas, eso da un incremento de 1,2ºC; en verano, son 0,33ºC por década, o sea unos 2ºC. A su vez, las precipitaciones disminuyeron un 1,7% por década, de modo que hemos perdido un 10% de lluvia; en verano, un 34% de mengua. Demasiado.

La ventaja de ir obteniendo series de información diaria es que con el tiempo uno puede hablar números en mano. «Si no podemos expresarlo cuantificadamente, el conocimiento es imperfecto», decía lord Kelvin, el gran físico británico. Exacto. Ahora, en lugar de decir «creo que llueve menos» o «hace más calor», podemos afirmar que en 60 años hemos perdido el 34% de la lluvia estival y los veranos son 2ºC más calurosos. Una mala noticia para los escépticos sobrados.

Una mala noticia para todos, en realidad. Nos estamos aridizando. No tropicalizando, sino aridizando, porque suben las temperaturas y bajan las precipitaciones. Las externalidades negativas subsiguientes a la quema al por mayor de energías fósiles empiezan a notarse. Para peor, el nivel medio del mar ha subido 3,6 cm en estos últimos sesenta años. Hay que abandonar de una vez la insensata actitud de mirar para otra parte. Con una mano, debemos mitigar el cambio climático incrementando la eficiencia energética (lo que equivale a disminuir el consumo sin perder servicio) y la autosuficiencia por vía renovable. Con la otra, debemos adaptar a la nueva situación las políticas urbanísticas y territoriales. Necesitamos un territorio resiliente, capaz de superar las perturbaciones. Lo lograremos con redundancia sistémica, que es lo opuesto a duplicidad de funciones. Trabajo no faltará.