Las inercias sociológicas

Resiliencia social

Las sociedades catalana y española han seguido caminos evolutivos netamente distintos

ilustracion  de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

RAMON FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Muchas moléculas orgánicas presentan isomería óptica. De la misma sustancia, una versión desvía la luz polarizada hacia la derecha (dextrógira) y otra hacia la izquierda (levógira). Son como las manos: simétricas, pero no superponibles. Sorprendentemente, en los seres vivos solo hay moléculas levógiras, no se sabe muy bien por qué. El caso es que la evolución descartó las dextrógiras. Seguramente fue una opción inicial, como la de quien, al lanzar una moneda al aire y sacar cara por azar las cinco primeras veces, prescinde a partir de entonces de la cruz. La vida está llena de fenómenos estocásticos así, o sea de fenómenos aleatorios que se condicionan mutuamente: si ocurre uno, deja de ser probable que ocurra el otro.

Ello conecta con otro fenómeno capital, el de la resiliencia, que viene a ser la capacidad y tendencia de un sistema para volver a su situación original tras una perturbación. Un muelle, por ejemplo: dejas de presionarlo y recupera su forma original. O un bosque quemado: al cabo de pocos años, vuelve a ser más o menos como era. La vida es resiliente porque cuenta con mecanismos homeostáticos, es decir, mecanismos que reconstruyen los estados de equilibrio tenidos por óptimos. Si hace calor, sudamos y evaporamos agua para enfriar la piel, con lo que logramos mantener estable nuestra temperatura corporal.

LAS REVOLUCIONES, VIRAJES EXCEPCIONALES

En los colectivos humanos operan mecanismos comparables. Las sociedades son homeostáticamente resilientes y, a la vez, dependen de según qué opciones iniciales, como la adoptada por la evolución con las moléculas levógiras. Si al salir de casa tuerces a la derecha, cada vez estás más lejos de los paisajes de la izquierda, por más vueltas que des. Y una vez te instales en ese escenario dextrógiro, propenderás homeostáticamente a mantenerte en él, porque el otro escenario posible te resultará extraño y, por ende, inquietante. Si, por accidente, cambias de lado, la inercia resiliente tenderá a devolverte al lugar de donde vienes, como la moto que se alinea sola tras un resbalón.

En política, eso es el pan de cada día. Las revoluciones son, justamente, virajes excepcionales que superan resiliencias, homeostasis e isomerías ópticas sociales. No se caracterizan por los disturbios que suelen llevar aparejados (y que más bien las entorpecen), sino por la capacidad de contrariar las inercias de fondo. Por eso tan pocas tienen éxito. Y también por eso, incluso en el caso de las que llegan a imponerse, siempre cargan con rincones resilientes, dispuestos a revertir el statu quo a la primera oportunidad. Tras su determinante revolución (1789-99), Francia reincidió en formatos monárquicos en tres largos periodos: 1804-14 (imperio napoleónico), 1814-48 (primera restauración y monarquía de julio) y 1852-70 (segundo imperio). O sea, 62 años monárquicos en el siglo inmediatamente posterior a la revolución...

EL FRANQUISMO ES COSA DE SIEMPRE

La Transición española de finales de los 70 y los subsiguientes 38 años de democracia hasta hoy (nunca había durado tanto un periodo no absolutista en el Reino de España) nos hicieron pensar que estábamos ante una verdadera revolución de facto y que el franquismo era cosa del pasado. El franquismo, en España, es cosa de siempre. Es el estado carencial habitual. Franco no creó el franquismo. Lo creó la resiliencia reaccionaria española, que ha permanecido casi intacta en las últimas décadas, por no decir siglos. La transición ornó la política de maneras democráticas (bienvenidas sean), pero no erradicó el ancien régime, no hay más que ver cómo funciona el inquisitorial Tribunal Constitucional o la resiliente tendencia a votar a los albaceas del Generalísimo, incluso si están procesados. La alternativa más o menos populista, con aires de izquierda radical, participa del cuadro general, me temo: más maneras que sustancia.

Una parte considerable del empuje del soberanismo catalán se explica en este contexto, creo. Las sociedades catalana y española han seguido caminos evolutivos diferentes. En ambas partes hay de todo, desde luego, pero en proporciones y con significancias muy distintas. Los respectivos arcos parlamentarios lo ponen claramente de manifiesto. De las próximas elecciones españolas no saldrá nada parecido a la composición del Parlament. A pesar de las elevadas tasas inmigratorias, a pesar de la preponderancia de los medios españoles en Catalunya, las dos sociedades votan de manera diferente porque responden a resiliencias distintas. Esto las hace difícilmente superponibles, a un siglo vista cuando menos: dextrógiros versus levógiros. Todos los gobiernos catalanes han sido bipartitos o tripartitos desde las elecciones de 1980. La mera expectativa de un primer Gobierno español simplemente bipartito ha liquidado la última legislatura en cuatro meses. Juzguen ustedes.