Dos miradas

Resabiados

Si el dolor causado por un pederasta se extiende hasta límites difíciles de calibrar, la confesión de J. también puede ser un bálsamo para muchos

UN DÍA MÁS Alumnos de Maristas de Sants-Les Corts entran en el colegio, ayer.

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EMMA RIVEROLA

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Resulta difícil mantenerse indiferente ante la información de los casos de pederastia en los Maristas. La ira o la tristeza se pasean entre las líneas. La conmovedora entrevista de Guillem Sànchez a J., exalumno de 42 años que ha denunciado haber sufrido violaciones durante seis años, calaba hasta las entrañas. La víctima relató no solo los hechos, sino que condensó el calvario sufrido en un par de frases: «Cuando hago el amor con mi mujer, a veces él viene a mi cabeza, porque me sorprendo diciendo o haciendo cosas que se las vi hacer a él por primera vez. Y entonces me doy un asco infinito».

Como la lectora Aymé Ríos escribió en una carta a EL PERIÓDICO, hay que agradecer la valentía de los que se han atrevido a denunciar. Si el dolor causado por un pederasta se extiende hasta límites difíciles de calibrar, la confesión de J. también puede ser un bálsamo para muchos. Para que otras víctimas se sientan acompañadas y su entorno sea capaz de comprender, aunque mínimamente, el infierno sufrido.

El profesor A.F., señalado por J. y cuatro exalumnos más como su agresor, negó a este diario todas las acusaciones. «Es todo cosa de resabiados», dijo. Resabiado, según la RAE, es una persona que «por su experiencia vital, ha perdido su ingenuidad volviéndose agresiva o desconfiada». Sea o no culpable, en eso acertó el acusado. J. y otros perdieron la ingenuidad. Arrojar luz sobre el caso es un modo de reparar el daño sufrido.