El desprestigio de los políticos

Relato sobre corruptos y espías

El acuerdo tácito de encubrimiento entre los grandes partidos se ha ido al traste y no ha de recomponerse

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CARLES RAMIÓ
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la UPF.

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Las piezas van encajando y estamos cada vez más en condiciones de transitar de las intuiciones a las certezas. Hay suficiente información para poder elaborar un relato (aunque sea jurídicamente presunto) de corruptos y espías en los grandes partidos del sistema político español y catalán. La historia empieza hace más de un par de décadas con unos partidos políticos que no llegaban a final de mes con las subvenciones públicas y las cuotas de unos escasos afiliados. Se fueron aventurando en el terreno oscuro de las comisiones y de heterodoxas aportaciones privadas. Se asombraron de lo fácil que era conseguir este dinero negro y se fueron acomodando a este sistema de ingresos.

Este confort financiero les permitió asumir enormes gastos organizativos y sobresueldos para sus cuadros, declarados o no a Hacienda. Y como este mecanismo lo utilizaron todos los partidos con opciones serias de gobernar, llegaron a un acuerdo tácito de no denunciarse mutuamente. Solo en el caso de que el azar o la mala suerte ubicaran ante el foco de la opinión pública un caso de financiación irregular atacaban al partido descuidado o con mala suerte, pero sin excesos, que aquí todos estamos en el mismo barco.

Pero todos estos partidos sabían que este juego era peligroso, ya que en cualquier momento alguno de ellos podía romper el acuerdo. Es difícil lograr un pacto estable entre partidos que compiten por el poder y para los que la crítica y el escarnio son los principales instrumentos de guerra. Y aquí es donde entraron en juego los espías. Los partidos se espiaban unos a otros no para atacarse, que hubiera sido lo lógico, sino solo para defenderse. Tejieron un escenario propio de la guerra fría en el que los diferentes bandos iban acumulando armas de destrucción masiva (información sobre actos delictivos de los contrarios) para así sentirse más seguros. Esta era la forma más fiable de institucionalizar el pacto de silencio. Incluso se espiaba a los propios compañeros de partido, y seguramente esta ha sido una práctica habitual en todos estos partidos. Los partidos políticos no solamente debían controlar a los oponentes sino también a sus cuadros, ya que siempre hay el problema de que algún compañero de partido listillo y ambicioso se quede con mucho más dinero que los demás y lo oculte entre los Alpes suizos. Pero los aparatos de los partidos también espiaban a miembros de su nomenclatura para asegurarse de que no tejieran corruptelas por su cuenta ya que ponían en riesgo a todo el colectivo e incluso todo el sistema. Y es que, como en todas las organizaciones, siempre hay compañeros muy patosos.

Todo este sistema de corrupción ha funcionado bien durante mucho tiempo gracias a sus pesos y contrapesos: el estímulo del dinero a mares, mucho miedo e ingente información comprometedora obtenida mediante espionaje profesional o no. Pero todo se ha ido ahora al traste por una combinación fatídica del desgaste y cansancio del propio sistema, la crisis económica y el muy elevado nivel de tensión política entre centro y periferia y entre derecha e izquierda. Y las armas de destrucción masiva, pensadas para no ser utilizadas nunca, se han ido disparando por accidente en cadena y parece que nadie tiene la capacidad de lograr un alto el fuego.

¿Y qué puede suceder ahora? Un camino que seguramente van a intentar los grandes partidos es recuperar el acuerdo perdido. Cada uno que asuma sus daños, pero que se pare en seco un derramamiento de sangre con el que todos están perdiendo. Se pactan algunas leyes cosméticas de transparencia y de rendición de cuentas, algunos pequeños cambios en la ley electoral e incluso se aparcan aventuras secesionistas. Hay que rebajar la tensión política y social. Y después seguimos como siempre pero con mucho más cuidado y con un mayor control sobre los recaudadores y contables del dinero oscuro que tienen una gran tendencia al asilvestramiento.

Esta opción la veo difícil a estas alturas, ya que hay demasiados implicados descubiertos, muchos otros asustados e incluso arrepentidos que desean aligerar el peso de sus conciencias, y una presión social que no se va a conformar con una salida típica de la corrupción política francesa. Aquí se ha llegado demasiado lejos en todos los sentidos para parar este proceso. En mi opinión, los partidos implicados, si quieren sobrevivir a esta legislatura, deben acometer unas tareas titánicas: cambiar a la mayoría de sus cúpulas directivas y miembros de sus aparatos que son responsables por acción u omisión de esta situación, y pedir perdón públicamente. Y unos nuevos dirigentes deben diseñar unas reglas del juego más transparentes y democráticas. Si no logran hacer todo esto es probable que nuevos partidos pasen a invadir su espacio.