¿Regenerar la democracia?

Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias.

XAVIER GINESTA

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Cuando las encuestas están poniendo en evidencia el final del bipartidismo español; cuando Podemos ya se ha convertido en toda una sensación en el actual ecosistema político e, incluso su líder Pablo Iglesias ya ha debutado –no sin dejarse ver– en el hemiciclo de Estrasburgo; ahora que los partidos han olvidado la campaña europea y ya piensan en las futuras municipales del 2015, es cuando el Partido Popular se nos presenta con una propuesta de regeneración democrática para el anquilosado Estado de las autonomías.

Por mucho que Carlos Floriano, vicesecretario general de organización del PP, se empeñe en decir que no hay electoralismo en todo esto, se hace difícil de creer cuando el ADN de los grandes catch-all parties –y los conservadores españoles son un buen ejemplo de ellos– está programado para actuar según sople el viento. Son partidos que hacen de la campaña permanente su modus vivendi. De todos modos, la regeneración democrática que plantea el PP dista mucho de poder ser un proyecto claramente crítico con lo que le ha marcado últimamente: la corrupción. Hablar de elección directa de los alcaldes, de reducción del número de diputados autonómicos y concejales o, simplemente "clarificar el concepto de aforado" porque la mayoría de éstos son fiscales y jueces, no acaba de ser lo que el ciudadano de a pie quiere escuchar.

La regeneración democrática de este país no sólo pasa por reducir el número de aforados, sino también por ahondar en conceptos como la transparencia y la meritocracia, a la vez que desterrar prácticas como el nepotismo o el familiarismo amoral, muchas veces verdaderos manuales de funcionamiento orgánico de los partidos. Queda claro que el éxito de Podemos, la CUP o Ciudadanos se puede explicar por varios motivos –entre ellos, por la necesidad de reposicionar los emblemas de la izquierda tradicionales o clarificar el debate soberanista–, pero también porque los ciudadanos están cansados de una política que funciona con parámetros del siglo XX y muy alejada de la modernidad líquida descrita por Zygmunt Bauman, que no ha dejado regenerar sus estructuras y ha permitido que determinados perfiles y personalismos tengan fotografía en las portadas de los periódicos durante una eternidad.

La evolución que está tomando el caso Nóos y las maniobras para que la infanta Cristina no se sienta en el banquillo de los acusados son una muestra más de la permisividad de una justicia española que, si no rompe su vínculo con el poder político, nunca podrá asumir lo que una regeneración democrática requiere. En España, no todo el mundo es igual ante la ley y las críticas por el aforo expreso del rey Juan Carlos fueron suficientemente rotundas y contundentes. Socialistas y populares se unen para proteger a una monarquía que ha pasado de ser el emblema del Estado de las autonomías –gracias a la aureola del 23F– a ser la cara más amarga de su degradación