La crisis migratoria en Europa

Refugiados: esto sí es 'globalización'

Una UE incompetente no puede apelar solo al deber humanitario de una ciudadanía angustiada

PERE VILANOVA

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Como ha indicado un analista, con sus más de 60 millones de personas afectadas, estamos ante lo que representaría el estado 24 (por población) de un planeta que cuenta con 193. Lo que le pasa a prácticamente cada refugiado se debe a múltiples causas interconectadas y produce muchísimas consecuencias que nos afectan o afectarán a todos. Y con todo, el problema es demasiado complejo como para procesarlo con una simple reflexión moral o sentimental. Por ejemplo, la foto del pequeño Aylan. ¿Sabían ustedes que en la localidad turca de Bodrum, donde el mar devolvió su cuerpo, la tienda que vende más lanchas neumáticas a turistas y… refugiados es de la cónsul honoraria de Francia? La señora, entrevistada en un canal francés de televisión, contestaba con total tranquilidad que si no vendía ella, igualmente venderían lanchas las tiendas vecinas.

A la vez, se constata estos días entre nosotros que habría que hacer algo para los refugiados, que esto es indignante, etc. Pero a medida que la conversación se alarga, se incrementa la posibilidad de que salga la pregunta del millón : «Sí, pero ¿tú acogerías a un refugiado en casa? ¿Por cuánto tiempo?» Y entonces se hace un silencio muy espeso. De hecho, este debate bloquea la necesidad de otro tipo de enfoque, que por supuesto puede y debe incluir el grado de solidaridad personal que cada ciudadano está dispuesto a aceptar, pero cuyo punto de partida es otro y es doble: la complejidad del problema, y la complejidad de su gestión, advertidos como estamos de que no hay plan b, no sirve de nada mirar hacia otro lado.

Ya hemos mencionado la complejidad del problema en cuanto a causas y consecuencias. El derecho internacional humanitario existe, en el sentido de que no hace falta inventarlo, pero hay que ver las razones de sus déficits de aplicación. Aquí intervienen las cifras. Cuando décadas atrás llegaba a Francia o al Reino Unido un refugiado soviético, el caso era sencillo, el estatuto del refugiado casaba como un guante con el dramático caso en cuestión. Cuando el problema llega a las cuotas actuales, hay que admitir que el estatuto del refugiado, que existe desde 1951, sirve de poco para gestionar la catástrofe. Por ejemplo, cuando Cameron dijo que aceptaría «25.000 en un plazo de cinco años», cabe observar que esta es la cifra que llegó solo a Múnich en uno de los últimos fines de semana. O cuando Rajoy acaba aceptando una cifra que no llega ni a la mitad, Austria (pequeño país) podría decir que es la cantidad que ha llegado a Viena en un día y medio. Mientras, el Gobierno húngaro, que en 1956 tuvo que ver la represión y el exilio de cientos de miles de sus ciudadanos, trata a los actuales de modo infame, usa a sus propios presos para levantar la valla fronteriza, sus policías lanzan comida a los refugiados recluidos como si fueran animales de un zoo, y la ya famosa reportera Petra Laszlo da patadas a niños.

Se puede y se debe afrontar el problema racionalmente. Por un lado, los ciudadanos pueden y deben presionar a sus gobiernos, y se supone que estos a la UE, para acabar con la cacofonía actual. De inmediato, pueden transferir fondos hacia arriba, hacia ACNUR, para instalar a los refugiados en campos decentes en el punto al que hayan llegado, no solo en Turquía, Libia, Líbano o Jordania. Si han llegado a Austria o a Suecia, donde estos gobiernos, de modo coordinado, lo acuerden. Y hacia abajo, a gobiernos regionales, ciudades, entidades sociales y oenegés (serias, profesionales), para coadyuvar desde una estrategia integral. Solo al final de la cadena, se puede y se debe empezar por hacer un inventario de lo que voluntariamente los ciudadanos están dispuestos a hacer, que no es, o no solo, meterse un refugiado en casa. Dinero, voluntariado (enseñar la lengua, asistencia jurídica, ocio para los niños), vacaciones, cesión temporal de viviendas inocupadas etc. Aquí se hizo hace 20 años con bastantes o muchos refugiados de la antigua Yugoslavia, y fue una experiencia interesante.

Sería esperar demasiado que la clase política y los gobiernos (de toda Europa) asumieran que en este tema no debería haber ni oportunismo ni electoralismo. Sobre todo, transferir a una ciudadanía angustiada el deber humanitario mientras la UE campa a sus anchas en su incompetencia, es inhumano. Critican mucho a Ada Colau y su propuesta de ciudades de acogida, o a la señora Merkel, pero esta, al aceptar 800.000 refugiados de entrada, envía una señal que Francia, Reino Unido o España no recogerán. Y los más insolidarios son los nuevos miembros de la UE, cuyos refugiados fueron acogidos a este lado de Europa durante décadas.

Entre tanto, lean la carta a los líderes de los estados de la UE que Médicos Sin Fronteras ha hecho pública en su página web (http://goo.gl/zqclh8)