La reforma del Senado: cambiar la composición y no solo las funciones

XAVIER ARBÓS MARÍN

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El PP está dispuesto a reformar la Constitución, limitada a una modificación de las funciones del Senado. Que el PP acepte que a nuestra Carta Magna le convienen retoques es una buena noticia, aunque esos retoques se limiten al Senado. También es acertado que, a la vista del documento de trabajo, todo apunte a una mayor especialización del Senado en asuntos propios del Estado de las autonomías. Así, se propone que sea siempre la cámara de primera lectura en los proyectos y proposiciones de ley que afecten a la distribución de competencias y a la financiación autonómica, y en lo relativo a los llamados "hechos diferenciales", como lenguas e insularidad.

La propuesta de reforma está bien enfocada hacia la especialización. Sin embargo, a mi entender, deja de lado el problema de fondo: su composición. El documento filtrado insiste en el carácter "parlamentario" del Senado, e intuyo que con ello se intenta marcar el límite a las propuestas que se inspiran en el Consejo federal alemán, el Bundesrat. Aunque forma parte del poder legislativo, sus miembros no son exactamente parlamentarios, sino que forman parte de los ejecutivos de los estados miembros de la Federación. A diferencia de lo que da a entender el documento, opino que la inspiración alemana es preferible, con un matiz que expondré al final.

Si el Senado estuviera formado por miembros de los gobiernos autonómicos, ponderando su voto en función de la población de sus respectivas comunidades, para empezar tendríamos un Senado mucho más barato. Nadie cobraría un sueldo como senador, sino el que pudiera corresponderle por su condición de miembro del ejecutivo autonómico. Por otra parte, las personas que forman parte de un gobierno autonómico conocen en la práctica el alcance real de las competencias propias y el de las del Estado que pueden incidir sobre ellas. Su punto de vista es distinto del de los diputados, que no tiene por qué ir más allá del BOE. Así, en el modelo que con otros defiendo, la especialización en asuntos autonómicos en el procedimiento legislativo pasaría por quienes gestionan el día a día de las competencias autonómicas.

Más allá de la especialización, creo que hay otra ventaja en el Senado entendido como consejo federal. Se trata de impedir la distorsión de la realidad: las Cortes Generales, en el Senado que imagino, oirían sin intermediarios las voces singulares del gobierno de cada una de las comunidades autónomas. Y a su vez, en estas sus respectivos gobiernos conocerían de primera mano las reacciones del conjunto de las comunidades autónomas a proyectos o proposiciones de ley que pueden pesar sobre sus competencias.

Eso no encaja con el entusiasmo que suscita el bilateralismo en algunos dirigentes autonómicos. Parecen preferir la esporádica reunión con el ministro al encuentro habitual con sus homólogos, y viene al caso recordar la imagen que utilizan los especialistas en ciencias de la administración: la rueda de carro. Los radios, símbolo de cada una de las relaciones bilaterales, convergen en el eje central. Así este, el gobierno central, lo sabe todo de todos, lo que le da una gran ventaja estratégica. Y en el extremo contrario, cada uno debe contentarse con lo que le han querido decir. Es cierto que la realidad no es tan esquemática, pero la imagen dejará de ser verosímil cuando los senadores, autonómicos todos, aprovechen el viaje a Madrid para negociar entre ellos. Lo que no excluye que visiten, si procede, el ministerio que les interese.

En todo caso, cualquier reforma del Senado debe evitar que se convierta en el eco del Congreso. Las segundas cámaras solo se libran del problema allí donde la disciplina de partido es inexistente, como en los Estados Unidos. Los senadores norteamericanos suelen financiarse su campaña con recursos que, en su mayor parte, no provienen del partido al que pertenecen formalmente. Saben a quién le deben la elección, y lo tienen en cuenta en su desempeño si desean ser reelegidos.

La disciplina de partido está muy bien en el Congreso de los Diputados, cuando se votan listas preparadas por los partidos en campañas que estos, y no los candidatos, financian. Con un Senado como el que tenemos ahora, se reproducen las orientaciones políticas según la adscripción partidaria de cada senador. Si el Senado se asemejara al consejo federal alemán, cabría esperar que la orientación partidaria se atemperase en función de la responsabilidad autonómica que ejercerían los senadores. Tengamos en cuenta que de los ejecutivos autonómicos también pueden formar parte personas independientes, que no han sido elegidas.

Por si adoptamos una perspectiva federal, recordemos la feliz definición de Elazar: "Federalismo es autogobierno y gobierno compartido". Pero atención, dice "gobierno compartido", y no "gobierno con partido".