EDITORIAL
El referéndum de Puigdemont
El 'president' se compromete a poner las urnas, pero no aclara cómo evitará repetir otro 9-N
O referéndum o referéndum. Con la contundencia de un buen titular, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, se comprometió a culminar el procés con una consulta de independencia en septiembre del 2017. De esta forma, el president busca implicar a la CUP en la suerte de la legislatura (exigió su apoyo a los presupuestos como condición imprescindible para no romper la baraja y convocar unas elecciones que truncarían la hoja de ruta soberanista) y marcar un nuevo hito a alcanzar en el horizonte del procés.
Hay que reconocer a Puigdemont su esfuerzo por ofrecer al Estado, una vez más, un acuerdo para avalar la consulta. Se muestra dispuesto para ello a pactar la fecha, la pregunta y el nivel de participación necesario para que el resultado se considere legítimo desde un punto de vista político. Pero tras la mano tendida, Puigdemont decidió no guardar la ropa, tal vez porque esta sea la única forma de que la CUP le brinde el apoyo que necesita para que la legislatura llegue hasta el verano: o referéndum con el Estado, o referéndum sin él. O sea, el referéndum unilateral de independencia (RUI)
La contundencia del compromiso no sirve para resolver las dudas que una consulta unilateral despierta, y el president no las resolvió en su discurso. Se desconoce, pues, cómo piensan Puigdemont y sus socios sortear las dificultades que ya convirtieron en su momento el 9-N en un «proceso participativo» sin valor vinculante, una manifestación de convencidos -cientos de miles, eso sí- más que una consulta. Asumido que es improbable que el Estado se avenga a pactar una consulta, la hoja de ruta soberanista contempla que el RUI sea vinculante y reconocido internacionalmente. Pero su carácter unilateral haría imposible lo anterior.
La intervención de Puigdemont es un nuevo paso de la huida hacia adelante del soberanismo, embarcado en una vía unilateral que es una vía muerta muy parecida a la que se transitó camino del 9-N. Al otro lado, el Gobierno en funciones sigue instalado en el inmovilismo, y el principal partido de la oposición, como demuestra su crisis interna, no parece que vaya a intentar abrir otros caminos de diálogo para abordar el conflicto catalán. Unilateralismo e inmovilismo no solucionan el problema y no permiten crear el imprescindible espacio de diálogo.
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