Análisis

¿Qué hay de viejo, nuevos?

Parece ya claro qué pasará el 1 de octubre, pero asusta más pensar en el día 2

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MIQUI OTERO

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Durante años, el 'procés' me recordó a ese paisaje monótono sobre el que Los Picapiedra se recortan cuando vuelven a casa en su troncomóvil: el mismo cuervo, la misma nube, la misma montaña capirote. Encerrados en la bobina. Una y otra vez.

Se ha roto el paisaje. Entre otras cosas, gracias a ese crucero adornado con personajes de dibujos animados, lamentable caballo de Troya de policías nacionales. Ahora todo se lee como el choque entre (el astuto e indefenso) Piolín y el (autista e imperial) 'pollo' de la bandera franquista, con ocasional cameo de la cabra de la Legión.

En el libro '¿Qué hay de nuevo, viejo? Grupo surrealista de Chicago' (Pepitas de Calabaza) se dice que Bugs Bunny, con su subsistencia en el bosque afanándose zanahorias, se opone al esclavismo asalariado. Su enemigo es el cazador Elmer, “ese calvo, lerdo, temperamental y tímido pequeñoburgués con un defecto en el habla”. La coreografía Bunny-Elmer es reflejo de la lucha de clases y el conejo es “el amuleto de la buena suerte de la revuelta total, encarándose con todos los apologistas del status quo”.

El problema de aplicar tan estupendos paralelismos con el aquí y ahora estriba en que hay cazadores en la madriguera de Bugs Bunny y falsos conejos en el jardín de Elmer: por un lado, Artur Mas y su Govern defendiendo en pantalla de plasma de la Audiencia Nacional “la ley” y “las instituciones catalanas, su normalidad”, para que se juzgara por lo penal a los activistas que rodearon el Parlament durante los debates presupuestarios (cuando se hablaba de cosas así, hace demasiado tiempo, pero solo han pasado unos pocos años); por el otro, Rajoy, con ese caminar entre Pato Lucas y Fermín Cacho, reclamando como “iniciativa popular” y “exigencia exquisitamente democrática” un referéndum que enmendara un Estatut aprobadísimo.

Con esto no quiero trazar una simetría: la posterior reacción 'nostálgica' del Gobierno (principal responsable de la escalada desde 2006 y más allá) es mucho más siniestra que las incongruencias y fisuras del relato futurista del Govern. Incluso más que su autocomplacencia de Dr. Slump en versión guapo. Pero éste debería ser especialmente cuidadoso (y no ventilar sin  mayor reflexión sus derrapes representativos) si se presenta arropado en términos de “democracia”, “libertad”, “pau”, “justicia social” o incluso “fer el bé”, palabras que, por el CV de algunos protagonistas y por el excesivo uso, son ya como monedas gastadas que han pasado de mano en mano hasta perder su troquelado (la imagen no es mía, sino de Nietzsche, así que gracias).

Violencia en el plano simbólico

Sé que a muchos deslizar según qué reflexiones les suena a idioma Teletubby. Para muchos, hablar a estas alturas de soluciones políticas es algo así como aquel chiste británico que propone una moderación inútil: quieren que se conduzca por el lado contrario, como en el continente, pero algún espíritu templado propone que el cambio no puede ser drástico, así que el primer día solo aplican la medida sobre las matrículas pares (choques, accidentes, caos). A muchos, digo, les parece una majarada decir que en cualquier conflicto personal precisamente son los que no saben discutir los que deben negociar una salida (el PP nunca quiso, es cierto, pero los contextos cambian: la primera prueba es que el clima y los discursos no son los mismos ahora que cuando las elecciones convocadas como “plebiscitarias”). O que precisamente aborrecer la retórica “Soy español, a qué quieres que te gane” del Gobierno, incluso entender que el 1-0 era una forma de ponerlo en evidencia, puede implicar no tener un callo acrítico cuando hablas de cómo se han hecho las cosas aquí, de la épica 'cartoon' de muchos lemas. Pase lo que pase el domingo, el lunes ésa debería ser el Plan A, porque sí existiría una amplia mayoría que quiere votar y parte de ella no se siente cómoda (aunque le encantaría y sería tan gratificante que así fuera) con esta votación.

Pintados en colores planos, los dibujos animados de dos dimensiones gesticulan mucho y aunque se despeñen por acantilados o mastiquen dinamita, jamás se hacen daño: su violencia discurre en un plano simbólico. Pero es que no somos dibujos animados, sino personas que se pueden desanimar y, si se ven en medio de todo esto, que no en el centro, aportar matices o dudas. Quizás ya no es tanto preguntarles “¿Qué hay de nuevo, viejos?” como preguntarnos “¿Qué hay de viejo, nuevos?”. Eso y plantear preguntas para las que ahora aún no tenemos respuestas.