Recuerdo de la épica 'Fitzcarraldo'

Los europeos, en general, no somos conscientes de las dimensiones de algunas enormes zonas selváticas que se encuentran en diversos puntos del planeta. La llamada Selva Negra, que está en una de las zonas más civilizadas de Europa, no es ni un muestrario muy pequeño de lo que es una selva de verdad.

Comprendí claramente la diferencia cuando, hace años, fui a ver la película Fitzcarraldo, una obra de Herzog que me entusiasmó. Aún hoy la recuerdo como una obra extraordinaria. He olvidado muchas cosas, del cine y de la vida pasada, pero todavía veo las imágenes impresionantes de una secuencia de aquella película.

Y recuerdo que leí que allí, en Manaos, los brasileños discutieron sobre el emplazamiento del grandioso estadio en el que se jugaron partidos de los Campeonatos Mundiales de fútbol. Un estadio alzado en la ciudad de Manaos, una ciudad que creció sumergida en la inmensidad de la selva brasileña. Con una población que no imaginaba: dos millones de habitantes. Esto se explica porque Manaos fue un centro importantísimo de la explotación del caucho selvático.

Absurda epopeya

De la película Fitzcarraldo se me quedó impresa una escena. Un barco intenta pasar de un río a otro, de un valle a otro, atravesando -proa en el aire- otra sierra. Todavía veo aquella proa temeraria y un capitán enloquecido de pasión intentando navegar montaña arriba y llegar al otro lado de la cordillera. Temeraria y absurda epopeya.

El director o el guionista de la película tuvieron una idea extraordinaria. Mientras la embarcación se debatía en un esfuerzo dramático, un altavoz situado en el puente del barco lanzaba al aire una vibrante y atronadora música de Verdi, si no me equivoco. La ópera tan trompetera, tan europea, a todo volumen, parecía que quisiera impresionar y allanar la muralla selvática y abrir paso al barco. La música de teatro desafiando la poderosa naturaleza.