El radar

Recortar, qué despilfarro

Nos criamos en la lógica del proceso y ahora ofrecemos a nuestros hijos esta birria de futuro

JOSEP SAURÍ

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Selena Alonso, se llama. Tiene 22 años, es de Sant Adrià de Besòs y es microbióloga (toma ya). Esta semana se sumó al incesante goteo de jóvenes desesperados que vuelcan su impotencia en cartas a este diario que nos interpelan como un puñetazo. A nosotros, sí, a esa generación criada en el bienestar por el que se deslomaron nuestros padres, que no concebíamos otra lógica que la del progreso y que ahora solo somos capaces de ofrecer a nuestros hijos esta birria de futuro.

«Me he pasado la vida estudiando, siendo una empollona que no salía de su cuarto en todo el día. Que prefería prepararse los exámenes a salir de fiesta por ahí. Todo para, el día de mañana, hacer lo que más me gusta: investigar. Porque la gente muere, la gente sufre. Y para mí, eso es motivo suficiente para dedicar mi vida a ayudar a los demás, a conseguir avances en el cáncer o en vacunas», escribía Selena. Pero no, qué va, nada que hacer, al menos sin irse de España. Y eso que aquí «hay grupos de investigación que te quitan el hipo, con proyectos que, de ser aprobados, conseguirían unos avances increíbles». Es decir: hay científicos, hay talento, hay proyectos, hay ideas. Pero no hay un duro para investigar.

Sí, ya, no se puede gastar lo que no se tiene, las deudas hay que pagarlas, hemos (¿hemos?) vivido por encima de nuestras posibilidades, los mercados, Merkel y la troika nos vigilan, y gracias a la austeridad y las reformas estamos saliendo de la crisis. Vale, gracias. Pero ¿seguro que echamos bien las cuentas? Y no solo porque el recorte del gasto público de estos años haya contribuido decisivamente a un frenazo de la economía de tal calibre que los ingresos se han desplomado, de modo que ahora debemos mucho más de lo que debíamos. Sino porque lo que se recorta hoy significa tirar a la basura lo que se invirtió ayer en ello y renunciar a lo que habría dado mañana. No solo en I+D (que es lo que de verdad puede hacer competitiva una economía, y no simplemente bajar salarios), sino también, por ejemplo, en sanidad y en bienestar social, donde lo que se ahorra en prevención desata dramas y encima se acabará gastando con creces tarde o temprano en recursos asistenciales.

Aunque este es el segundo año consecutivo que sube ligeramente, la partida de investigación y desarrollo en los Presupuestos del Estado a duras penas alcanza los dos tercios de la destinada en el 2009 y sigue escandalosamente por debajo de la media de la UE. Eso significa proyectos paralizados, estructuras desmanteladas, científicos en precario o directamente sin otra perspectiva que emigrar o dedicarse a otra cosa; muy especialmente los jóvenes, a los que el alicaído sistema no puede absorber. «La ciencia es como ir en bicicleta. Si paras, es difícil volver a arrancar», decía hace unos meses a este diario Ramon Eritja, director del Instituto de Química Avanzada de Catalunya (IQAC). «Los países pobres creen que los países ricos hacen ciencia porque son ricos, pero los países ricos saben que si son ricos es porque hacen ciencia», sostiene el gran Jorge Wagensberg.Selena intuye que acabará marchándose, como tantísimos otros. Es la «movilidad exterior», ese aparatoso monumento al eufemismo erigido por la ministra Fátima Báñez, esa triste válvula de escape para una juventud frustrada. «Somos muchos los condenados a ser una generación sin patria, a sentirnos extranjeros en casa, a vagar luchando por lo que nos han quitado (,,,): una oportunidad acorde a lo que realmente valemos», escribía días atrás desde Haangzhou, en China (toma ya), Tomás Gómez, un ingeniero electrónico extremeño de 29 años. Estamos en las mismas. El desgarro personal y familiar no se paga con dinero; pero es que, además, cuando echamos cuentas ¿reflejamos el que nos ha costado la formación de estos chavales? ¿Y el que su talento va a generar en otro país? Qué despilfarro.