Receta salvadora

XAVIER Bru de Sala

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No basta ni la inteligencia política más sutil para elaborar fórmulas ganadoras en tiempos de volatilidad electoral. Lo máximo que pueden hacer los partidos, tanto los nuevos como los viejos, es tantear fórmulas, a la muy insuficiente luz de los sondeos. Casi a ciegas, como los alquimistas, buscan la piedra filosofal. Pero en vez de esa maravilla que lo convierte todo en oro, se encuentran muros impenetrables distribuidos de manera irregular y cambiante. Es culpa suya, por haber generado tanta desconfianza. Ahora el electorado no se fía de nadie, ni de los que hasta hace poco subían como la espuma. Es el fenómeno Pablo Iglesias, que lleva demasiado tiempo en danza, sale a todas horas, y parece que exista desde siempre.

La novedad es el valor más volátil en esta carrera alocada de las urnas. Pero la novedad es como los yogures, que pronto caducan. Así que las recetas, no sabemos si ganadoras, pero que sí cuentan con menos posibilidades de estrellarse, son las que combinan el máximo número de los tres ingredientes siguientes: candidatos nuevos; denominaciones desconocidas; inmediatez entre la puesta en servicio y la fecha de las elecciones. Las candidaturas con los tres ingredientes encabezan las preferencias. Las que disponen de dos van a la alza, y las que sólo presentan uno o ninguno lo tienen más jodido. De aquí Junts pel Sí y Sí que es pot en lo alto. De aquí, por lo menos en parte, las buenas perspectivas de C's y la CUP, aún percibidos como seminuevos y con candidatos nuevos. De aquí la defenestración de la líder del PPC, por parlanchina incansable. De aquí el tembleque en el PSC.

¿Y a partir de aquí? Un modestísimo y prudente consejo, si se me permite: ¡Candidatos, de vacaciones! Cuanto más se dejen ver en agosto, más votos perderán. Si saben lo que les conviene de aquí al 11-S, cancelarán agendas, se encerrarán en la nevera como los yogures y dedicarán todas las energías a preparar estallidos fulgurantes para los últimos días de la campaña, los decisivos.

¿Y los programas, no cuentan? Poco o muy poco. ¿Y los méritos adquiridos, las trayectorias, las capacidades para gestionar la cosa pública? Todavía menos. Cuentan más los objetivos, en mayúsculas y con las mínimas especificaciones. Pero al final, el elemento decisivo a la hora de decantar el voto será la afinidad. Para la gran mayoría, se ha acabado votar con la razón, el cálculo y las balanzas que sopesan méritos y deméritos. Desde las europeas, cuando se empezó a votar con el corazón, con la rabia y la ilusión instaladas al corazón, crece el fenómeno del voto por encima de todo emocional. Por eso, precisamente por la inestabilidad de las emociones, los resultados del 27-S pueden sorprender, en un sentido o en el contrario. Los de las generales aún más.