el pianista del majestic // ARTURO San Agustín

Raval

ARTURO San Agustín

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El último reportaje emitido en el espacio de TV-3 30 minuts, titulado Anatomia del Raval, debería ser visto en todos los colegios, en todas las facultades de Medicina, en la reunión semanal del Govern, en todas las asociaciones de vecinos y, ya puestos, en todas las redacciones de los diferentes medios de comunicación.

Nadie ha explicado mejor la impagable labor que desarrollan diariamente muchos médicos y enfermeras que ese reportaje de Santiago Torras y Anna Giralt Gris. Aplausos, pues, para estos dos colegas que han sabido mostrarnos una realidad barcelonesa que los políticos siempre nos esconden y que ignoran los filósofos de tertulia y agua mineral. Una realidad feroz: vejez, achaques, soledades, plásticos y algún carmín. Una realidad sin ascensores, con escaleras peligrosas y sillones asustados, en los que náufragos urbanos aguardan a esos médicos y enfermeras que son sus únicos salvavidas.

Del reportaje Anatomia del Raval, hoy, que es el día dedicado a Valentín, santo inventado o mantenido por el gran almacén y la bisutería parda, quisiera recordar a dos de sus protagonistas. Quisiera recordar a José Clemente, que está en los 70, y a su compañera, Josefina Muñoz, que ha llegado a los 90 y, postrada en la cama, ya solo acierta a murmurar cosas que solo entiende José. "Y no estamos casados. Pero yo, aquí con ella hasta el final."

José es un tipo directo, despeinado y simpático, amante de los carteles con tetas. En una de las habitaciones de su piso tiene hospedado a un caballero magro, que parece un realquilado, y que transcurre su jornada en la cama, viendo la televisión y respirando el oxígeno que le llega de una bombona. O sea, que cuando los de la televisión entraron un momento en esa habitación, el hombre, que debió ser fumador, les preguntó si eran los pintores.

José confiesa que se enamoró de Josefina porque tenía buen cuerpo y buenas piernas. Así es la realidad. Unos escriben poemas de amor y otros creen hacer lo mismo homenajeando a la brava, sin contemplaciones, las piernas y el cuerpo que un día les sedujeron. Ay, Josefina.