Ratas de laboratorio

Imagen promocional del falso documental de 'Salvados' sobre el 23-F.

Imagen promocional del falso documental de 'Salvados' sobre el 23-F. / periodico

MANEL FERRER

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Y el momento llegó, Jordi Évole ha luchado durante muchos años por ganarse el cariño y la confianza del espectador. Primero humorista y después convertido en comunicador de rigor pero a la vez campechano y sin pelos en la lengua. Fue tarea fácil, pues en esos momentos el catalán tampoco había llegado a lo más alto de su faceta humorística, a pesar de que entonces ya apuntaba maneras con el maestro Buenafuente.

Una vez creada la figura, el formato por donde va a moverse y la táctica que va a emplear para atraer al público, se eleva su trabajo a una categoría superior llegándose a valorar como uno de los mejores comunicadores y ganando premios por ello, cosa que celebro.

La gente comenta el programa por la calle, alaban a Évole en las redes y el agradece a la gente su apoyo porqué sabe que ellos son la clave para que su trabajo se vea como algo serio y útil y lo que es aún más importe, se entienda que él lucha por saber la verdad y quiere tener a sus fieles informados sobre la vida, el mundo y el día a día del país.

El tema que trate o a quién entreviste es lo de menos, solo importa que sea claro y sincero, queremos saber y que nos deleite con sus preguntas y videos provenientes de su 'tablet'.

Pero, ¿todo se le perdona?, ¿cómo debemos de tomarnos el experimento del domingo por la noche con el falso documental del 23F? ¿Nos ha traicionado o nos ha puesto a prueba? Lo sé, demasiadas preguntas pero todas ellas muy útiles.

Todos somos muy libres de escoger el contenido televisivo que nos guste o nos apetezca en ese momento, es más, tenemos la capacidad de saber encontrar el canal donde van a darnos eso que necesitamos, pero el falso documental de Évole no es el caso, se nos vendió algo que no era, la idea que se promocionó era un documental informativo y no un contenido falseado y así evaluar los conocimientos de la gente.

Ante esta situación me aflora una sensación de rata de laboratorio o conejillo de Indias, juegan conmigo sin yo saberlo y valoran mis reacciones y las de todos aquellos que como yo estuvisteis enganchados al especial de La Sexta.

Esta semana se hablará mucho del tema en los medios y nosotros estaremos indignados unos días, pero se lo perdonaremos a Jordi, total, unos 60 minutos de televisión abstractos no es tanto, pues ya estamos más que acostumbrados a espavientos en pantalla, gente que grita, miente, baila o llora.

También debo decir que esto me lleva a otra reflexión. El experimento o llamarle como queráis, se llevó a cabo en La Sexta pero ¿qué hubiera pasado si esto se hubiese emitido con algún presentador emblemático de Cuatro o Telecinco en sus canales? Ya no estaríamos hablando de experimentos, estaríamos hablando de demagogia, falsedad y teatrillo. Somos muy de etiquetas, pero no pasa nada, los propios canales se definen.

Por mi parte soy consciente de que en algunas ocasiones defiendo programas indefendibles a simple vista y a fauna concreta de la pequeña pantalla, pero sin lugar a duda agradezco siempre que se me diga lo que estoy viendo y no se juegue con mi tiempo.

Me siento engañado, defraudado y me parece un flaco favor al periodismo de investigación. Cuesta mucho que la gente crea en aquello que se le cuenta en la tele, a pesar de que se diga que los españoles creemos a pies juntitas todo aquello que se nos explica en la tele.

Con esto no sé si a Évole se le tachará de innovador, de bromista o de jugar un papel sucio y turbio, sea como sea le será bien merecido.

El espectador no es tonto, ni listo, ni culto ni inculto, es espectador y eso debería de estar más que claro por la cual cosa me parecen sobrantes los experimentos que decantan a la gente y que ponen a prueba reacciones y conocimientos que se pueden tener o no.

Tener una tele no es tener conocimientos, es tener luz o no, y eso no debería de olvidarse nunca.