La difícil construcción de la UE

El rapto del mito europeo

La larga recesión ha demostrado que, pese a estar acompañados, contamos solo con nuestras fuerzas

JOSEP OLIVER ALONSO

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La crisis nos ha despertado de un profundo y largo sueño, de un placentero encantamiento, acerca de la verdadera naturaleza de la UE. El despertar ha sido duro. Y con él ha emergido la tremenda soledad en la que hoy nos encontramos. Porque si algo ha caracterizado la respuesta europea a la Gran Recesión, ha sido la enorme distancia entre las demandas de ayuda de España, y del resto del sur, a Bruselas, Fráncfort o Berlín, y el socorro recibido.

Primero, en mayo de 2010, fueron las tensiones sobre la deuda soberana, con la articulación de un mecanismo transitorio que evitara el colapso de Grecia. Estabilizada la situación, desde España, Italia y Francia, se demandó enfáticamente la emisión de eurobonos, es decir, deuda pública avalada por todos los estados de la eurozona. El rechazo alemán fue categórico, aunque finalmente se creó un fondo de rescate para situaciones de urgencia, unos recursos siempre condicionados a profundos ajustes y muy alejados de la solidaridad implícita en los eurobonos.

Más tarde, súplica al BCE para que comprara grandes volúmenes de deuda pública del sur, y así reducir las primas de riesgo de sus bonos. Y aunque se permitió la compra de volúmenes modestos, la oposición del Bundesbank (y de los bancos centrales de Holanda, Austria y Finlandia) ha frenado hasta hoy una intervención de calado, parecida a la efectuada en EEUU, Gran Bretaña o Japón. Posteriormente, fue la solicitud de Rajoy, Hollande y Monti de una Unión Bancaria, financiada con fondos colectivos, que recapitalizara directamente bancos en dificultades de países poco solventes. La respuesta fue, de nuevo, negativa, y aunque se permitió la inyección de más de 40.000 millones de euros a la banca española, fue una ayuda condicionada a importantes sacrificios, muy distinta a la petición inicial.

Finalmente, en septiembre de 2012, la promesa de Draghi de intervención masiva en los mercados de deuda pública fue con la dura condición que el país demandante se sometiera a reformas de calado. A ello se ha añadido, estos últimos meses, la oferta de crédito y compra de activos privados por el BCE, que está encontrando severa oposición en Alemania. Ninguna de las peticiones sin contrapartida del sur se ha aceptado. Ni los eurobonos, ni las compras de deuda por el BCE, ni la unión bancaria pedida. Lo que ha quedado, que no es poco, es el compac, que exige una severa disciplina fiscal, unas modestas adquisiciones del BCE de deuda pública del sur, promesas de mayor intervención del BCE condicionadas a profundas reformas, una Unión Bancaria en la que los bancos centrales de cada país han perdido el control de sus sistemas financieros, y diversas, e importantes, intervenciones del BCE para evitar el colapso del euro.

El impulso democrático

A pesar de lo avanzado, la distancia entre una solución colectiva y sin coste de los problemas del sur y las ayudas articuladas pone al descubierto la verdadera naturaleza de la Unión. Somos un club de países con soberanía nacional que, a pesar de haber cedido partes sustanciales de la misma, continúan manteniendo ámbitos de actuación e intereses distintos e, incluso, contrapuestos. Y ello se manifiesta no solo en el terreno económico, sino en las relaciones exteriores, sea con EEUU, Rusia o el resto del mundo. Y para muestra, el botón de las intervenciones militares francesas y británicas en el norte de África u Oriente Próximo y los atronadores silencios alemanes, o las sustanciales diferencias respecto la crisis de Ucrania.

En nuestro imaginario colectivo, está profundamente enraizado el mito de una Europa unida y solidaria. A ello han contribuido tanto el impulso democrático provocado en España por la UE, como las ayudas materiales de estas últimas décadas. Pero, como muestra el trecho entre el socorro demandado y el recibido, esta visión siempre ha tenido un sesgo erróneo. Esa Europa de potentes estados continúa siendo, a nuestro pesar, una amalgama de intereses estratégicos, modelos sociales, visiones culturales y fortalezas y debilidades económicas muy dispares. Todo ello, quizás, solo podrá convertirse en el mito en que la hemos transformado tras un largo y duro proceso de convergencia. ¿Hacia adónde? En lo económico, hacia el modelo alemán. En lo social, ¿quién sabe? En lo político, y en lo militar, no hay dirección única.

¿ConvergeremoS finalmente hacia una unión efectiva y solidaria? Cada vez soy menos optimista. La larga recesión ha mostrado que, aunque acompañados y con ayudas importantes, contamos sólo básicamente con nuestras fuerzas para hacer frente a los enormes retos planteados. La crisis nos despertó de un bello sueño. Pero, a diferencia del cuento de Borges, encontramos que la Europa soñada nos la habían raptado.

Catedrático de Economía Aplicada (UAB)