Pequeño observatorio

'Rankings' de belleza y sexualidad

La emisión y la recepción de la expresión sexual no es codificable

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Los lectores de la revista Esquire han votado que la actriz Penélope Cruz es la más sexi. ¿La más sexi de Alcobendas? ¿De España...? No, la más sexi del mundo. Lo escribo con mayúsculas: DEL MUNDO. Esta costumbre de designar un objeto, un hecho o una persona como lo / el / la más es un ataque a la objetividad, pero parece que es una necesidad de los humanos. No creo que sea una necesidad ética, como si dijéramos para hacer justicia, para honrar a quien ostenta el máximo mérito en un campo determinado.

Si la designación tiene una intención comercial, lo comprendo. Contra lo que yo pueda pensar, por lo visto la etiqueta el más produce efectos positivos en la publicidad y en las ventas. En algunos momentos del día hay un desfile continuo de el más por la pantalla del televisor.

Está claro que el superlativo es bastante fiable cuando decimos que un vino es más agradable que otro, pero incluso en petit comité existe una cierta disparidad de criterios. De todos modos, el rotundo el más tiene un adversario muy distinguido, que es la capacidad de matización.

Penélope es la actriz más sexi. Y aquí sí podemos discutirlo, porque la emisión y la recepción de la expresión sexual no es codificable. Por otra parte, no es ninguna rareza -hay ejemplos- que una persona calificada de bella no despierte estímulos sexuales y que sí los despierte alguien físicamente poco agraciado.

Cuando a una mujer, además, se la califica de la mujer viva más sexi del planeta, entramos ya en la rutina publicitaria. Ferran Imedio escribe en este diario que, al ganar este concurso de belleza, Penélope Cruz «se sitúa una vez más al nivel de las superstars del show business».

Y eso tiene mérito, prescindiendo de la dosis de sexismo. Por otra parte, el sexismo es una manifestación difícilmente clasificable. Me parece bastante claro que el sexo y la inteligencia no son objetivamente premiables.