NÓMADAS Y VIAJANTES

El precio de la conquista de Raqqa

La mala noticia del fin aparente del califato es que el Estado Islámico regresará a sus orígenes, a utilizar los coches bomba para causar el mayor daño posible

Un combatiente de las Fuerzas Democráticas Sirias, en Raqqa.

Un combatiente de las Fuerzas Democráticas Sirias, en Raqqa. / REUTERS / ERIK DE CASTRO

Ramón Lobo

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La caída de Raqqa, la capital en Siria del Estado Islámico de Irak y el Levante (EI), es una buena noticia para sus habitantes. Terminan una pesadilla medieval de casi cuatro años para empezar otra: el regreso a una cuidad arrasada por los bombardeos de EEUU y los cuatro meses de combates callejeros. Como sucedió en julio en la liberación de Mosul, Irak, apenas queda nada en pie. Situada a orillas del Éufrates, llegó a tener 300.000 habitantes antes de la guerra. Las oenegés locales calculan que apenas quedan 30.000.

Los precedentes no invitan al optimismo: Washington gastó más dinero en financiar sus tropas en Irak que en la reconstrucción del país. Si no se actúa con rapidez y eficacia en el rescate económico de Mosul y Raqqa, de sus ruinas renacerá el EI o surgirá otra organización similar.

El fin del califato

La caída de Raqqa es el final del califato, al menos del que vendía la propaganda del EI. Es un revés militar, político y de imagen, pero sería un error pensar que está derrotado. Se moverá a otras partes de Siria e Irak, o tal vez reaparezca en otros países. Ya tiene un pie en Afganistán, en disputa aparente con el grupo principal de los talibanes, y franquicias en Libia, Túnez, Mali y Níger, y células más o menos durmientes en Marruecos y Argelia. Y Europa.

Sin el territorio califal pierde prestigio la llamada a la lucha de Abú Bakr al Bagdadi, el jefe del EI al que se ha dado por muerto varias veces. El territorio era el reclamo más poderoso en la movilización de miles de jóvenes de todo el mundo, fueran tunecinos, saudís o europeos que acudieron al territorio liberado para participar en la yihad. Esta es una palabra que, en la vorágine informativa del siglo XXI, ha perdido su acepción original; tenía más que ver con el esfuerzo personal de ser piadoso que con la guerra santa.

Sin un espacio geográfico en el que asentarse, luchar y vivir, muchos combatientes extranjeros, cuya cifra puede alcanzar los 27.000 desde el 2011 (de los que 3.700 salieron del Reino Unido, Franca, Alemania y Bélgica), optarán por el regreso. Según la Red de Sensibilización frente a la Radicalización, creada por la UE, han retornado entre el 20 y el 30%. Están radicalizados y poseen experiencia de combate. Los servicios de espionaje y la policía tienen trabajo.

Regreso a los orígenes

La mala noticia del fin aparente del califato es que el EI regresará a sus orígenes, a utilizar los coches bomba para causar el mayor daño posible. Y siempre que ha perdido un territorio, una pieza importante de su tablero, y Raqqa lo es, ha respondido con algún ataque en Europa, donde logra una mayor repercusión mediática.

Con el crecimiento geográfico y militar del EI, Al Qaeda pasó a un segundo plano en la lista de los enemigos internacionales. El prestigio que emanaba del califato hizo que grupos yihadistas de distintos países le rindieran pleitesía, como Boko Haram y Al Shabab. Ahora, en el juego de los vasos comunicantes, la bajada del EI puede suponer el ascenso de Al Qaeda. O que se produzca algún tipo de colaboración. Elaine Duke, jefa en funciones del Homeland Security, el superministerio de interior de EEUU, ha transmitido a las autoridades británicas que el EI y Al Qaeda necesitan algo grande, tipo 11-S.

El despertar kurdo

La conquista de Raqqa se ha conseguido con la combinación de los bombardeos aéreos estadounidenses y una fuerza terrestre de combate árabe-kurda. Pese al título de la coalición, el peso lo han llevado los kurdos, que llenaron la ciudad con sus banderas y en algunos casos con retratos de Abdulá Ocalan, jefe histórico del PKK turco. Los kurdos sirios que han entrado en Raqqa tienen comandantes y combatientes mujeres. Es su tradición, algo impensable en las filas sunís y chiís.

El despertar nacional kurdo plantea problemas estratégicos en una zona del mundo en la que muchas fronteras son artificiales, producto de la descolonización europea. Los kurdos iraquís acaban de celebrar un referéndum de independencia que choca con los intereses de Ankara y de Bagdad, que les ha arrebatado el petróleo de Kirkuk, donde aún hay combates. Las fuerzas más efectivas en Irak y Siria están patrocinadas por Irán, el enemigo de Trump y de Netanyahu. El Partido de Dios libanés (Hizbulá) sale muy fortalecido.

Raqqa es solo una pieza en un avispero peligroso que aún está lejos de calmarse. Ponemos en marcha dinámicas que no entendemos ni gobernamos. El actual inquilino de la Casa Blanca juega a intereses cortoplacistas en su guerra contra el pacto nuclear internacional con Irán. Sin audacia y visión de conjunto solo habrá guerra y muerte, algo que no importa. Con la guerra se venden armas y los muertos son los de siempre.