NÓMADAS Y VIAJANTES

Israel, Estado de derecho o 'Far West'

Son los defensores del homicida Azaria los que están enterrando las opciones de paz y tal vez de supervivencia del país a largo plazo

El sargento Elor Azaria espera con sus padres el veredicto, ayer en Tel-Aviv.

El sargento Elor Azaria espera con sus padres el veredicto, ayer en Tel-Aviv.

RAMÓN LOBO

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Israel vive en una montaña rusa emocional. No ayudan la forma y el fondo de hacer política del primer ministro Benjamin Netanyahu, que generan una tensión interna peligrosa. El último ejemplo es la sentencia del sargento Elor Azaria. Un tribunal militar formado por dos jueces y un alto mando del Ejército le consideró culpable de homicidio por disparar a la cabeza del palestino Abed al Fattah al Sharif, cuando no representaba amenaza alguna. Se trata de la primera condena por homicidio de un militar israelí desde el 2004.

La clave en este caso, ocurrido en marzo del 2016 en Hebrón (Cisjordania), han sido las imágenes que dieron la vuelta al mundo. Pero no es la única. Son tan duras y representativas del clima de deterioro moral que han forzado a la sociedad a hacerse algunas preguntas sobre los límites de la represión. Este tipo de excesos se pierden en largas investigaciones exculpatorias que favorecen la impunidad.

Nada más comunicarse la sentencia, que ha sido unánime, estallaron disturbios en las puertas del establecimiento militar donde fue juzgado. Sectores de la extrema derecha israelí  -responsable, recordémoslo, del asesinato de Isaac Rabin- lanzaron amenazas en las redes sociales contra los jueces, a los que consideran traidores.

El asunto ha obligado a intervenir al fiscal general de Israel, Avihai Mandelblit, que ha ordenado una investigación sobre los incidentes y las amenazas. La policía ya ha practicado algunas detenciones. La extrema derecha atacó también con virulencia al jefe del Ejército, general Gadi Eizenkott, crítico con la acción de Azaria.

EL INCENDIARIO

Netanyahu, el incendiario, se ha mostrado partidario del indulto del soldado. Ese es el clima moral que rodea su Gobierno. El presidente de Israel, que es quien tiene el poder de perdonar, ha pedido calma. Antes hay que conocer la sentencia, que podría ser de hasta 20 años. Todo apunta a que será inferior.

El debate de fondo es definir la actitud de un Estado, que presume de democrático, frente a los ocupados. ¿Debe su Ejército actuar con proporcionalidad a la amenaza? ¿Son los palestinos sujetos con derechos? A Azaria le condenan las imágenes y su comentario de que Al Sharif merecía morir. Él y otro palestino habían atacado minutos antes a su patrulla militar. El segundo murió en el acto; Al Sharif estaba vivo e inmóvil. Nadie le prestó asistencia, Azaria lo remató. Que esta condena provoque el escándalo y la movilización del sector más radical y racista de la sociedad israelí es un termómetro del deterioro. No solo se ahogan las posibilidades de paz con los palestinos, se pone en riesgo los fundamentos del Estado de derecho.

Esta misma semana, @YousefMunayyer escribió: “Cuando los palestinos ciudadanos de Israel son víctimas de un ataque son ‘israelís’ y cuando son los atacantes son ‘árabes'”. Se refiere al caso de la joven Layan Nasser, asesinada en Estambul en la madrugada del 1 de enero en un atentado que lleva la firma del Estado Islámico. La prensa internacional la trató con honores, como ciudadana del Estado de Israel.

Un 20% de los ciudadanos israelís tienen origen palestino. Muchos de ellos viven en el norte, cerca de Nazaret, donde el Partido Comunista era muy fuerte en 1948. Las mujeres del partido salieron a las calles de las ciudades y aldeas para impedir que la gente escapara. “Quien deje su casa será un refugiado para siempre”, dijeron.

CABALLO DE TROYA

Ese 20% de palestinos con pasaporte israelí son percibidos por la extrema derecha, y por el actual ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, como un caballo de Troya que merece ser expulsado. En las pasadas elecciones generales, Netanyahu recurrió al voto del miedo; dijo que los árabes israelís tenían orden de ir a votar en masa para impedir un gobierno fuerte; es decir, el suyo.

Al Yazira cuenta que el entierro de Layan Nasser, en el centro de Israel, reunió a miles de palestinos-israelís en un desafío a los musulmanes más radicales y algunos imanes que veían en la muerte de la joven un castigo divino por acudir a una fiesta cristiana en una sala de fiestas. La estupidez cruza cualquier frontera política y religiosa. Mujeres como Layan son un puente, una oportunidad que nunca verán personajes como NetanyahuLieberman o Donald Trump.

Los palestinos son los judíos de los árabes. La distancia humana y de costumbres no es tanta. Las zanjas del odio las cava la política, el negocio de la diferencia. Son los defensores del homicida Azaria los que están enterrando las opciones de paz y tal vez de supervivencia de Israel a largo plazo. Son los amigos de Layan y las oenegés israelís de defensa de los derechos humanos los verdaderos defensores del derecho de Israel a existir, pero dentro de las leyes internacionales y no en medio del Far West.