Llull en el CCCB

XAVIER BRU DE SALA

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Por comparación con nuestro tiempo, el siglo XIII fue muy optimista. Más que el XIX, y de una forma menos angustiada, sin tantas urgencias. En el siglo XIII, con el cristianismo libre de amenazas y estabilizado en lo alto del orden mundial, la fe y la razón se dieron la mano para caminar juntas hasta la cima. La fe era necesaria, como las piernas, para tomar impulso. Pero la primacía de la razón, el entusiasmo de la razón, eran fabulosos, absolutamente desproporcionados. Los silogismos se entrelazaban hasta el cielo como las gráciles estructuras de las catedrales góticas. La transparencia del orden de la luz. Un ascenso imparable hasta cerca de Dios, así en el hombre como en la sociedad.

Como en Tomás de Aquino, el doctor angélico, la extrema confianza en la razón es lo que más sorprende el lector posterior, no tan solo contemporáneo. Ahora bien, si el portentoso edificio lógico del italiano se empezó a hundir en cuanto Ockham le aplicó la afilada navaja, el del doctor iluminado, Ramon Llull, sigue fascinando. Lo podéis experimentar en el CCCB, tanto si habéis leído a Llull como si no habéis leído al padre Batllori, que documentó su influencia perdurable y explícita.

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Si Llull no decae es por una especie de salto cuántico del pensamiento, que lo salva de las navajas de la parsimoniosa y prudentísima lógica moderna. Llull no sospechó nunca que nada quedara muy lejos del alcance de la mente. De aquí la máquina de pensar, todavía no bien reconocida y plasmada, aunque sea comparable a los sistemas de volar dibujados por Leonardo. De aquí que llegara a lo sublime de fundir y confundir, por evaporación de la razón, la lógica con la mística.

Además, desarrolló su idioma de una manera fulgurante hasta situarlo, en complejidad, expresividad y asuntos tratados, muy por delante las lenguas hermanas de su tiempo.

La imperfección humana es pasajera. El optimismo catalán proviene del XIII.

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