IDEAS

Otra vez lo mismo

RAMÓN DE ESPAÑA

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En su momento, me gustó mucho la película de Campanella 'El secreto de sus ojos'. Precisamente por eso, no pienso ir a ver la recién estrenada 'El secreto de una obsesión', 'remake' norteamericano del original argentino: con que me cuenten una historia una vez ya tengo bastante, gracias, dejemos las alegrías de la repetición para los tiernos infantes que no pueden dormirse si su madre o su padre no les vuelve a leer por enésima vez su cuento favorito.

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Cada viernes echo un vistazo a los estrenos y cada viernes me llevo algún berrinche. El pasado viernes fue de traca: no solo intentan volverme a explicar 'El secreto de sus ojos', sino que me amenazan con nuevas versiones de las andanzas del doctor Frankenstein y del pequeño Mowgli, que ya me sé de memoria. ¿Cuánto faltará para una nueva versión de 'Los tres mosqueteros'?, me pregunto. Debo asumir mis contradicciones, eso sí, y reconocer que el Drácula de Coppola era estupendo y que el 'remake' de 'A bout de soufflé', dirigido por Jim McBride, me gusta más que el original de Godard (¡anatema, anatema!, oigo clamar a Román Gubern y Jordi Cadena), pero se trata de excepciones a la regla.

Últimamente, hasta me resisto a ver adaptaciones cinematográficas de novelas que me han encantado, y si lo hago descubro que me podría haber ahorrado la experiencia (me quedé frito en el sofá viendo 'Perdida', de David Fincher, mientras el texto de Gillian Flynn me había tenido en vilo varios días). ¿A dónde quiero llegar con este exordio?, se preguntará tal vez el querido lector. Pues a la teoría de que las historias basta con contarlas una vez, por muy buena que sea la adaptación de un determinado libro o el 'remake' de otra película. Teoría válida también en el caso de que uno haya visto primero la adaptación o el 'remake': por bueno que sea el original, ya sabes cómo termina.

En un mundo ideal, las historias deberían explicarse una sola vez y habría que escribir directamente para la pantalla. Pero también es verdad que todos tenemos derecho a satisfacer a nuestro niño interior y visitar de nuevo territorios conocidos y confortables. En ese sentido, contradictorio que es uno, reconozco que lo mío con Sherlock Holmes es muy grave.