Los jueves, economía

Rajoy, sus elecciones y la recuperación

En poca medida el Gobierno se puede atribuir la combinación ganadora de la coyuntura económica

JOSEP OLIVER ALONSO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La recuperación ha llegado con una intensidad sorprendente. El crecimiento anual del PIB se ha encaramado del 0% al 2% entre el cuarto trimestre del 2013 y el del 2014, al igual que la ocupación (del -1% al 2,5%), añadiendo más de 425.000 empleos. Desde la demanda, es la interna la que explica esta mejora: en el último trimestre del 2014, un insólito avance del 3,3% en el consumo familiar, un espectacular 10,4% para la inversión en bienes de equipo y el despertar de la inversión en construcción (2,4%); lastimosamente, y dado el auge importador, la demanda exterior vuelve a restar crecimiento. Desde la producción, el crecimiento se ha extendido desde la industria manufacturera (3%) a la construcción (3,4%) y los servicios (2,3%). A la luz de todo ello, Mariano Rajoy saca pecho y proclama las virtudes de su política. Y aunque no seré yo quien menoscabe el impacto de las reformas, sí hay que matizar tanto ese optimismo como su autoría. Porque respecto de esta última, la recuperación es el resultado de una compleja combinación de medidas del Gobierno, benevolencia de la Comisión Europea, impulso del BCE e impactos de la economía global. Vayamos por partes.

Primero, hay que reconocer que las reformas explican buena parte de la recuperada confianza internacional e interna, base de la mejora en curso. Y a ellas se ha añadido, en este 2015, la generosa rebaja fiscal, que acabará añadiendo algunos miles de millones al gasto interno.

Segundo, y por lo que concierne a Europa, hay que convenir que, quizá asustada por el auge de Syriza y Podemos, lo cierto es que la Comisión se ha vuelto muy magnánima. Ya se logró una moratoria de dos años en la corrección del déficit, imprescindible para poder atender la rebaja fiscal del 2015 y moderar el actual ajuste del consumo público. Igualmente, la inversión de las administraciones públicas ha comenzado a mejorar, y parte del aumento del empleo en la construcción (que crecía en el último cuarto del 2014 un 3,8%, muy lejos del -8,8% de finales del 2013) debería imputarse a la nueva fiebre constructora de ayuntamientos, autonomías y el Gobierno central. ¿Electoralismo? No les quepa duda. En este contexto, Jean-Claude Juncker y sus colegas dejan para más adelante -para más adelante de las elecciones, se entiende- las reprimendas a España por no avanzar más en la corrección del déficit público, por no hablar de la deuda de las administraciones públicas y otros desequilibrios macroeconómicos más preocupantes (como el endeudamiento exterior).

En tercer lugar, el amigo Mario Draghi y su bazuca. Su actuación ha hundido los tipos de interés, ampliando la burbuja de aire en la que vivimos últimamente. Con ello la carga financiera de la deuda interna (privada o pública) y externa está en mínimos históricos. Y el ciclo virtuoso se refuerza: la represión financiera de los tipos de interés provoca la búsqueda de colocaciones alternativas en activos reales, como la vivienda. Con ello ha comenzado a revertir la caída de precios y la actividad comienza a mejorar. Además, tampoco hay que olvidar el hundimiento del euro que ha provocado el BCE: más madera para nuestra economía. Finalmente, la caída de precios en España, que también está tras la mejora del gasto por el aumento en el poder de compra que genera. Ahí la responsabilidad es también múltiple: causas internas, hundimiento del precio del petróleo y desinflación de la economía global.

En suma, hay quien nace con suerte, porque tipos de interés, euro, petróleo, reducción de precios e impulso fiscal forman una combinación ganadora que solo en poca medida puede atribuirse Rajoy.

Y por lo que respecta al optimismo, ¿qué quieren que les diga? Sumergidos en la liquidez del BCE, este 2015 se parece más a uno de esos momentos en que los buenos deseos se posponen para más adelante, es decir, para el 2016. Y entonces las cañas pueden volverse lanzas. Porque un crecimiento basado en la demanda interna y con el sector exterior restando es malo de solemnidad: somos un país que debe más del 100% del PIB al resto del mundo, y su necesaria reducción exige un sector exterior que no incremente más esa deuda, como de nuevo estamos haciendo. Además, de la demanda interna lo único realmente positivo es el avance de la inversión en bienes de equipo. La mejora del consumo público y de parte del privado vuelve a ser más de lo mismo: ya pagaremos mañana. Y ya veremos qué sucede entonces con los tipos de interés y el coste del endeudamiento. Porque el déficit público no ha desaparecido y la deuda de las administraciones públicas, aunque ahora resulte muy barata, continúa encaramándose de forma inexorable hacia el 110% del PIB.

Pero hoy, en este marzo preelectoral, apartemos los malos augurios. Y permítanme que les felicite y que nos felicitemos: ¡ha comenzado la fiesta electoral! ¿Y mañana? Mañana será otro día.