La evolución del tablero político en España

Rajoy aún no está acabado

Aunque el PP vaya a perder votos, será el PSOE quien pague la factura de la crisis del bipartidismo

CARLOS ELORDI

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Rajoy llega a Catalunya en un momento en el que su futuro y el de su partido están en el aire. Por el formidable bajón electoral que le pronostican las encuestas; por su incapacidad para trazar una línea política que vaya más allá de un errático día a día; y porque parece que el inmenso poder del que dispone le viene ancho y todo lo que hace denota debilidad. Con todo, Rajoy no está acabado. Aún tiene recursos para poder encabezar la lista del partido más votado en las elecciones generales del 2015.

Uno es el apoyo internacional del que aún goza su Gobierno. No es entusiasta, pero sí muy efectivo. Se acaba de comprobar en la crisis en torno a la consulta catalana. El rechazo tajante de la UE y de sus principales ponentes a la independencia de Catalunya ha sido y será el gran argumento de Rajoy contra los planes de Mas y de Junqueras. Europa no quiere aventuras soberanistas y parece dispuesta a lo que haga falta para evitarlo. Pero, además, Madrid es la capital que más fielmente acepta la política de austeridad que Angela Merkel y Bruselas siguen imponiendo. Cuando esa política está siendo cuestionada hasta en algunos despachos del BCE, Rajoy sigue defendiéndola. Porque, como buen burócrata, está convencido de que lo que le conviene es estar del lado de quien manda, y no tanto porque le parezca bien su opción. Que eso no le debe importar mucho a alguien que no cree que la política puede sacar a España de la tragedia que está viviendo -que, por otra parte, en la Moncloa no se percibe en exceso- y que lo único que cabe hacer es esperar a que escampe.

Apoyo al Gobierno

Al apoyo europeo -y norteamericano, aunque este responda a su estrategia militar y de seguridad- hay que sumar el de los poderes fácticos españoles. Sobre todo de la banca y los grandes empresarios, españoles y extranjeros. Unos y otros podrán tener dudas sobre las capacidades de Rajoy, pero estas no salen de sus despachos. De puertas afuera no asoma una sola crítica y no parece que vaya a haberla mientras el Gobierno siga preservando sus intereses. Y hay pocas dudas de que, más allá de algún rifirrafe puntual, esto es lo que la Moncloa viene haciendo y hace cada vez más a las claras.

El apoyo del dinero da mucha seguridad a un Gobierno. Si a esto y al beneplácito extranjero se añade que el Ejecutivo y los poderosos de la economía controlan los medios de comunicación masiva y los diarios de referencia, se concluirá que Rajoy cuenta aún con la fuerza necesaria para seguir navegando, aunque solo sea a la vista.

El estado de la opinión pública

Ciertamente esa fuerza no le da votos. Incluso puede quitárselos en un momento en el que la ciudadanía, de todos los colores, rechaza en masa todo lo que tenga que ver con el poder. Pero no está dicho que dentro de un año el estado de la opinión pública vaya a ser idéntico al que se detecta en estos momentos. Y no porque el Gobierno vaya a ser capaz de reducir alguna de las causas principales de ese rechazo, es decir, los efectos dramáticos de la crisis económica o la corrupción. Que eso no va a ocurrir. Sino porque para cuando llegue la hora de las elecciones, la derecha habrá agitado tanto el fantasma del desastre que se produciría si ganaran los otros que no pocos de sus electores, hoy desencantados, podrían haber optado por volver al redil del conservadurismo. Un dato sostiene esa hipótesis, que es la de Rajoy y sus asesores: la mayoría de la gente que votó al PP y que ahora dice que no volverá a hacerlo no opta por ninguna otra fuerza política.

La campaña del miedo para cambiar el designio de los sondeos ya está en marcha. Y, aparte de algún gesto adicional, esa será la principal estrategia electoral del PP. La agitación de los sentimientos nacionalistas españoles contra el independentismo catalán podría acompañarla. También porque pone en dificultades a sus rivales -desde Podemos al PSOE- que carecen de un discurso alternativo claro al respecto. Pero, superado el susto de la consulta, y a la espera de ver en qué quedan las querellas por la misma, Mas puede perfectamente orientar su rumbo evitando nuevas confrontaciones con Madrid. Su discurso del 25 de noviembre sugiere esa vía. Y si eso ocurre, el asunto catalán perderá fuerza movilizadora en España. Lo más probable, y habrá que ver si Rajoy lo aclara este sábado, es que, por ahora, no abunde en ese terreno.

En resumidas cuentas, que no asistimos al derrumbe del PP, a menos que las municipales y autonómicas digan lo contrario. Está claro que el bipartidismo está acabado. Pero aunque el PP vaya a perder muchos votos, parece que el que de verdad va a pagar por ello va a ser el PSOE. En esas condiciones y con un Podemos en auge, aunque ya se verá hasta dónde, la próxima legislatura puede ser muy complicada. Pero eso, hoy por hoy, a Rajoy le da igual.