ANÁLISIS

Oriente Próximo: Las consecuencias del caos

No porque la actualidad mundial gire hacia a otros temas ha dejado de existir allí la barbarie

Unas niñas, a las puertas de un campo de refugiados en Ain Issa (Siria).

Unas niñas, a las puertas de un campo de refugiados en Ain Issa (Siria).

Rafael Vilasanjuan

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A este ritmo va a ser difícil seguir identificando por sus fronteras en Oriente Próximo a los ciudadanos de cada país. Con los desplazamientos masivos de sirios, iraquís o yemenís que han ido a parar a Jordania, al Líbano, a Turquía o Irán, las fronteras o han quedado eliminadas o solo en el imaginario y los mapas. La realidad nos dice que en esta zona del mundo que vive desplazamientos masivos desde que los palestinos iniciaran su éxodo, ya pocos están en su país y no porque las líneas se hayan fundido, sino porque han transformado Oriente Próximo en el mapa del caos.

Siria sigue siendo el epicentro de la región mas convulsa del mundo. Una escala imposible en el mapa, el país donde nadie querría vivir. No porque la actualidad mundial gire hacia a otros temas, ha dejado de existir allí la barbarie. Mas bien al contrario. El número de víctimas mortales ha aumentado en septiembre, principalmente como consecuencia de las nuevas acometidas del Ejército sirio con el apoyo de las fuerzas rusas. Casi 1.000 muertos solo en un mes, la mitad de ellos menores, que nada tienen que ver con las diferentes facciones en guerra. En un conflicto de frentes múltiples, la progresiva caída del Estado Islámico está dejando mano libre a los soldados del régimen, que lejos de intentar estabilizar el país se entregan con más fuerza a la revancha con sus enemigos.

Países desgarrados

En Siria la mitad de la población está desplazada, algunos han logrado cruzar la frontera, otros han huido de sus casas pero siguen dentro del país, sin poder salir. Pero quienes peor están viviendo las consecuencias de la crisis son los que viven bajo la guerra, atrapados. Más de un centenar de menores, niños y niñas, han perdido la vida el mes pasado como consecuencia de las bombas que les impiden huir. Las cifras de muertes aumentan y no por casualidad, el Ejército de Asad con el apoyo de Putin trabaja a destajo para recuperar la senda del terreno perdido. Sorprende pensar que todo esto empezó precisamente como una revuelta hacia el régimen, que ahora ni siquiera Occidente cuestiona, como si fuera el mal menor.

Y Siria no está sola, Irak continúa en guerra, liberando el último bastión del Estado Islámico, que parece haberse transformado definitivamente en otro grupo de células terroristas, ahora que el califato ha quedado reducido a una quimera absurda y peligrosa. Lejos de un acuerdo de paz, el país está desagarrado en diferentes identidades colectivas, entregadas a revanchas que enfrentan a árabes contra kurdos en el norte y a chiís contra sunís en el centro del país, las mismas que permitieron a los monstruos de la yihad hacerse con el poder en muchas de sus ciudades.

No es que la tensión en Oriente Próximo vuelva, es que nunca ha estado ausente de esta región del mundo. Lo que ocurre es que el mapa del terror avanza aún más a medida que aumentan el silencio y la indiferencia. Sumidos en el caos, las consecuencias suelen ser devastadoras y siempre se acaban contando en número de muertos.